Detrás del sainete catalán -o el esperpento, va por gustos- tiene que estar un ingenioso y pérfido autor que, como nuestro barroco Calderón o el italiano Luigi Pirandello, adjudica papeles cerrados a unos cómicos obedientes y entusiastas que los cumplen al pie de la letra, sin duda, complejo ni pudor. El elenco, ya lo saben, cubre, como las conquistas del Tenorio, "toda la escala social", y no hay día en el que no dejen perlas y sorpresas que se reparten, con economía étnica, los parlamentos emotivos y los bochornos. Van solos o en pareja, afirman y niegan, echan mentiras sin recato y no se les ocurre decir que quieren la independencia por narices, que es más normal y bonito; largan cargas de tinta y pretextos ladinos con los que nos aburren y afrentan; y no encuentran otros aliados ni ecos para su casa que los nacionalistas flamencos, una patética minoría en la cámara belga, más cercana sentimental y formalmente a los nazis que a cualquier ideología democrática de izquierdas o derechas. En el pintoresco reparto destaca sobremanera el sexagenario Joan Tardá i Coma, profesor de instituto, provocador con trienios desde un cansino didactismo que un día amortiza al valiente Puigdemont, el héroe central del "teatret", y le exige el sacrificio y, al siguiente, lo canoniza y compara con Ghandi o Mandela; y, por sus recursos de atrezzo y dialéctica parda, brilla también el treintañero Gabriel Rufián, nativo de Santa Coloma de Gramanet, cuyos calculados excesos disculpa, y hasta justifica, con aldeana condescendencia y paternalismo el colega mayor, "que es de Cornellá como el Español" (Pique "dixit").

Con Rufián puntualmente silenciado, al disciplinado Tardá le quedan muchos papeles y papelones por hacer, muchas morcillas por servir sin que a nadie se le ocurra, por desinterés y tedio, hilar sus continuas contradicciones en una videoteca que no tendría pausa ni desperdicio. Eso tiene el ingrato ejercicio de recadero. Aguardamos con malvada ansiedad, porque sus comparaciones harán historia, a que relacione al otrora honorable Pujol con cualquier héroe de leyenda y a su larga, enriquecida e investigada familia con la saga sobre la que se asienta el gentilicio y la nobleza de una nación en ciernes, apoyada -y eso no es broma- por dos millones de catalanes.