Los clásicos describieron perfectamente el mundo de las pasiones. En la mitología griega, los dioses compartían con los hombres las fortalezas y las debilidades del carácter. Y hasta los católicos tienen como símbolo del mal a un ángel caído en el pecado del orgullo.

Los seres humanos tienen un metabolismo que gestiona los sentimientos más contradictorios. Las pasiones extremas son una fuerza que en algunos casos resulta genial. Y en otros mortal. Todo depende de cómo las manejan las personas. Y en las sociedades, que no son más que la suma de mucha gente, viene a ser lo mismo.

En España existe una envidia congénita que a veces resulta dañina. Cuando en este país alguien pasa con un cochazo impresionante no deseamos tenerlo, sino que el tipo se estalle en la siguiente esquina. Y cuando el equipo rival tiene al mejor jugador del mundo, lo que grita ese energúmeno de andar por casa que siempre tenemos dentro es que uno de nuestros defensas le rompa las piernas.

Sería mejor que deseáramos tener el mejor coche o el mejor delantero. Pero debe ser que somos bastante católicos en el fondo y nos enseñaron a no desear ni la mujer, ni el coche, ni el pichichi del prójimo. Pero esa es una fuerza destructiva. No ambicionamos tener, sino que el otro no tenga.

Esa pulsión está muy adentro, en la cadena del ADN patrio al que canta emocionada Marta Sánchez. Al ministro español de Economía, Luis de Guindos, le han nombrado vicepresidente del Banco Central Europeo, que no deja de ser un puesto de enorme relevancia. Y su camino hacia el estrellato ha estado jalonado por una serie de críticas que no serían tan de extrañar si nacieran del propio país que le proponía. Rechazado en el Parlamento europeo, en una decisión no vinculante, los opositores españoles celebraron con castañuelas el revolcón indicando que Rajoy había presentado un caballo cojo. Al final, cuando ha resultado, pese a todo, elegido, también desde los partidos de oposición casi que se ha lamentado que un español termine poniendo culo en el Banco Europeo, como si hubiera sido mejor que entrase el irlandés que se retiró de la carrera.

Desde el punto de vista de una oposición furibunda, si Guindos fuera un petardo, sería fantástico para el país porque nos habríamos quitado un cáncamo de encima. Y si fuera bueno, sería maravilloso porque Rajoy pierde a un tipo útil. Y tal vez, si los españoles fueran de otra manera, sería objetivamente bueno tener a alguien del país en el gran regulador bancario de la UE y en el lugar donde está esa maquinita para imprimir billetes con los que se apoyan las deudas públicas de los estados miembros.

Pero eso sería como decir que nos gusta ver un buen partido de fútbol cuando todos sabemos que lo que realmente nos gusta es que nuestro equipo acabe ganando, aunque haya jugado como una mierda.