Los impuestos son obligaciones de pago que recaen sobre los ciudadanos y que no requieren una contraprestación directa por parte de la administración pública. Los impuestos surgen porque sí. O sea, porque al legislador le sale de las mismísimas potestades tributarias. En los países civilizados, eso sí, las cargas se disfrazan diciendo que se establecen de acuerdo a la capacidad contributiva de cada uno: es decir, que a los que ganan más se les cruje más que a los que ganan menos.

Todo lo anterior es una fascinante teoría que en su aplicación práctica padece una serie de importantes anomalías. Los impuestos "directos", los que nos comen por las patas a los que tenemos una nómina, son efectivamente progresivos. Los que ganan más pagan más hasta el punto de que, a partir de una cierta cantidad, el Estado se queda casi con la mitad de lo que ganas. Como eso no le suele gustar a la gente, los que ganan realmente mucho se las arreglan de mil maneras para que el dinero llegue a su bolsillo sin pasar por la nómina. Y los realmente ricos, los que tienen más pasta que una pizzería, contratan carísimos asesores fiscales -que suelen ser ex altos cargos de Hacienda- para que les asesoren sobre cómo sortear las reglas que ellos mismos diseñaron.

En el caso de lo que se llaman "impuestos indirectos" rige el democrático principio de que nos clavan a todos por igual. Da igual que seas un mileurista o un alto ejecutivo. Cuando consumes en un bar, cuando compras en el súper o cuando vas al cine, pagas lo mismo que tu prójimo. Y lo mismo pasa con los llamados "impuestos especiales", como en el caso del tabaco, los alcoholes o el combustible que le ponemos a nuestros coches en este país sin trenes.

Para poner un impuesto no hacen falta justificaciones. Los legisladores tienen el poder de hacerlo y nosotros el derecho de jodernos. Pero quieren tener buena conciencia cuando asaltan el bolsillo de los ciudadanos. Por eso los impuestos se acompañan siempre de una literatura de bolsillo en la que se intenta justificar su bondad intrínseca. Al alcohol y al tabaco no les cascan impuestos porque recaudan un dineral, sino porque no quieren que consumamos esos tóxicos. El impuesto sobre las gasolinas y el gasoil no es para ingresar por cada litro el equivalente a su costo en dinero, sino para incentivarnos a usar el transporte público. Y así con todo.

El Parlamento de la Macarronesia canaria ha pedido al Gobierno que nos hinque un nuevo impuesto sobre los dulces, las bollerías y los refrescos. Naturalmente, no es por recaudar. Es para destinar el dinero a sanidad infantil, a las campañas para una dieta saludable o a quien sabe qué otro grandioso fin social, bueno a rabiar. A los huevos no les pondrán más impuestos, porque nuestros políticos se arruinarían.