Existe un dicho entre los pescadores deportivos que dice: "Donde se está cómodo no se pesca". Y esto es tan cierto que nada vale enfundarse un costoso traje de pescador y aprovisionarse de las cañas y los carretes más sofisticados de la tienda, pues por muchos aditamentos que lleves consigo, el resultado va a ser el mismo. Dicho sea esto para el pescador comodón, de ostentosa barriga, que llega al muelle con su coche de alta gama y lo aparca junto al noray más cercano, al tiempo que saca del maletero media tienda recién comprada, en la que incluye el insustituible sillón o silla plegable, el móvil, la nevera portátil para los refrescos, e, incluso, si no hace viento, hincan una amplia sombrilla con contrapeso para no quemarse con los rayos solares, aunque previamente se han embadurnado con crema del factor 5 o 6, para no dañarse su delicada piel. Tengan por seguro que este espécimen se irá a casa harto de cervezas y bocadillos, pero nunca de pescado recién capturado. Contrariamente a esta estampa casi ridícula, está su antítesis, que suele ser un mago del interior o de la periferia capitalina, provisto de una enorme caña tomatera, sin carrete y como complemento la camisa vieja que usó por la mañana en la obra, el inseparable pajizo y el cubo de anuncio de pintura vacío, sacado de un vertedero o que le sobró del pintado de la pared de su casa. A diferencia del pijo capitalino, no suele llevar carnada ninguna, porque jamás elige un espigón o muelle de atraque para pescar. En su lugar se descalza y se arremanga los pantalones para patearse las rocas del acantilado donde rompe la ola, y colgarse el cubo de un brazo y la caña en el otro, vigilando por el ojo izquierdo el flujo y reflujo del oleaje para ponerse a salvo cuando llega. De cuando en cuando, deja la caña y se traslada a un charco o a una cercana playa de callaos para remover las piedras hasta la arena y escarbarla con un palo o cuchillo para llenar el cacharro viejo de lombrices. Hecho esto, regresa al lugar donde dejó el arte apoyado y comienza a sacar peces como por arte de magia. Finalmente, despliega un saco de arpillera y lo va llenando con indiferencia, y a trechos le añade unos trozos de musgo recién sacados del agua. Este sí que sabe lo que es pescar sin tanta parafernalia, ni película.

Siendo habitantes de una isla, la oportunidad de pescar. o intentarlo, es más variada; sobre todo si se conocen los pesqueros, guardados en secreto, que no se comparten con nadie por si acaso. En cuanto a la otra modalidad, la de pesca con embarcación, los requisitos son más onerosos, ya que hay que disponer o comprar una lancha, equiparla con motor fuera de borda y registrarla después de pasar una severa inspección. Cumplido el primer requisito legal, el problema que prosigue es conseguir un lugar para fondearla, previo pago del atraque en uno de los abigarrados y escasos puertos deportivos existentes. En mi caso, que la fiebre me duró algunos años, conseguí tenerla amarrada en un pantalán, desde donde cometía la mayor de las imprudencias, saliendo solo a pescar a mar abierta, a desprecio de una indisposición física o un vuelco fortuito atravesado en el mar. También el coste del canon de atraque se puede sustituir por el enganche en el vehículo, que tiene que ser reconocido en la ITV y autorizado en la tarjeta del coche, so pena de sanción de Tráfico. Igualmente el enganche de la embarcación, provista de remolque homologado, también tiene que ser inspeccionado por la policía, con la obligación de llevarlo debidamente señalizado para circular, y teniendo en cuenta que hay que pagar la grúa que lo deposite en el agua, cuando se llega al punto de destino. Superados todos estos requisitos, se franquea la bocana y a son de mar se emprende la jornada de pesca, con un número limitado de capturas, que puede ser sancionable por la patrullera de la Guardia Civil, tanto si se pesca como si se marisca en exceso. Incluso hasta para los buceadores a pulmón.

Expuestos todos estos requisitos, para que el degustador de pescado se vaya haciendo a la idea, viene ahora la noticia de que técnicos del centro tecnológico de innovación marina y alimentaria han tomado 300 muestras en restaurantes de casi todas las comunidades autónomas, y que los análisis de ADN practicados en sus laboratorios no dejan lugar a dudas. El cambiazo "afecta al 83% de las muestras de lenguado, un 73% de la merluza y un 53% en atún rojo", asegura el director de Azti Tecnalia, Rogelio Pozo. "Esto no es un problema de seguridad alimentaria, porque no hay riesgo para la salud del consumidor, pero sí hay un fraude".

Resumiendo, con todo lo expuesto anteriormente, ponemos la guinda al pastel del fraude en el consumo de pescado, en un territorio peninsular que presume de extensión litoral y de nuestras islas, con mayor dificultad para la pesca de bajura por la profundidad de la plataforma oceánica.

De la mar, el mero, sí, pero me conformo con unos chicharritos fritos recién pescados.

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