Serían como las dos de la tarde cuando abrí la puerta del portal de mi casa para disfrutar de un merecido ágape con mi esposa, amiga y compañera: una riquísima ensalada de cogollos, rúcula, cebolla, trocitos de tomate cherry y dos aceitunas. Me iba yo relamiendo, más que por la expectativa de la ensalada para intentar limpiar los restos de las dos hamburguesas que previsoramente me había comido hacía tan sólo unos minutos, cuando vi mi cara en el espejo del ascensor. "La cagamos", pensé. Todo el lado izquierdo de mi rostro se había desplomado dejándome la boca como la de un mero. Pensé que era un ictus y que, por lo tanto, las dos o tres neuronas que me quedaban operativas en el cerebro estaban muriendo en ese mismo momento. No hace falta decirles que me llevaron a Urgencias velozmente y que una vez allí, después de algunas pruebas, determinaron que en realidad estaba envenenado. El rictus facial era una inflamación de la cara a la que acompañaban numerosas pústulas e inflamaciones por todo el cuerpo. "Eso es que ha ingerido usted una sustancia tóxica", me dijeron.

Reflexioné. Ese día había leído el Canarias 7, pero lo hago todos los días, así que eso no podía ser. Mi espartano desayuno había sido el de todas las mañanas, consistente en judías con político, huevos fritos con bacon y una tortillita a la francesa. Y por el estado de mi estómago no había causado ningún trastorno. ¿Quién me podría haber envenenado con otra cosa? Mi aguda mente de detective se puso rápidamente en marcha.

Descarté primero a Putin porque no era polonio. Y también a Antonio Morales, porque aunque el presidente del Cabildo de Gran Canaria detesta a todos los que le llevan la contraria y forman parte de la "conspiración chicharrera", tiene unos orígenes fuertemente religiosos y el catolicismo romano normalmente te quema en la hoguera. ¿Y Fernando Clavijo? Tampoco. Si el presidente hubiera ordenado deslizar una toxina perniciosa en alguno de mis alimentos, seguramente me habría llamado antes para ofrecerme algún cargo, debido a su mentalidad de que al cochino mejor matarlo cuando esté feliz. ¿Y Asier Antona? Definitivamente no. La prueba definitiva de su inocencia es que no estoy afiliado al PP y todas sus víctimas son compañeros de charrán. ¿Angel Víctor Torres? Ganas no le faltarían de envenenar a todos los periodistas -lo entiendo-pero hay un par de compañeros que me precederían en la escalera al infierno, así que empezar por mi no sería lógico.

No tuve respuestas hasta que un amigo médico me vino a visitar a la cama del hospital, donde mejoraba lentamente. Le expuse el caso y me dijo: abre la boca. Lo hice. Entonces se fue hacia la puerta diciéndome que mejoraría. ¿Por qué?. "No es tan grave. Sólo pasó que te mordiste la lengua", me dijo. Y se fue. Y oigan, mejoré.