He leído con atención lo poco que se ha escrito sobre la polémica declaración de Jorge Marichal, presidente de los hoteleros de la provincia de Santa Cruz de Tenerife (Ashotel), publicada en la edición impresa y digital del periódico EL DIA, el 28 de enero pasado.

Con relativa sorpresa he visto tímidos intentos de contradecir su frase: "En este país quien se deja explotar es porque quiere".

Pareciera que esto no es así, según los escritos que ha producido la contundente declaración, cuando salen a la palestra algunos disidentes seguramente ¿explotados?

Parece curioso -visto desde nuestra panorámica internacional- que sigan llegando a nuestras costas emigrantes que se juegan la vida en su intento de acudir a un mercado de trabajo donde supuestamente existe la explotación humana. Incongruente, ¿no?

Ocurre que el prisma desde el cual se puede ver el fondo del tema está distorsionado por la idea que hemos incrustado en la sociedad de que el empresario turístico es un explotador. La realidad de la valorización del desarrollo del turismo en Canarias escapa detrás de una política de demonizar a quienes había que poner en un altar con el más alto de los pedestales.

Hace solo unos días que está dando la vuelta al mundo, en la prensa digital, un pequeño reportaje que hemos ilustrado con una reseña de cómo se vivía en las Islas Canarias antes de la llegada del "boom" turístico. Pocos conocen y valoran esto, y a pocos les interesa que se conozca, pues se caerían por su propio peso muchos de los íconos de las estructuras sociales y económicas de las que se están lucrando, gracias al "fenómeno" del turismo -les guste o no les guste- nacido por el arrojo, la inteligencia y la capacidad del empresariado que ha confiado en las condiciones naturales de Canarias, ante la explotación -esa si que es explotación- de quienes se benefician de ello dando palos al agua, amparados en los vigentes puestos políticos -algunos hasta honorarios-, que han nacido gracias a este espectacular movimiento de la comunidad mundial y a la admirables gestión de un empresariado que tiene que soportar incluso que se le llame explotador. ¡Qué vergüenza!

Esa sociedad a donde se dirigen estos extraños mensajes, hablando de explotaciones, es la misma que vive cobrando un salario sin trabajar oficialmente, protestando por la falta de trabajo, pero haciendo todas las chapuzas -por emplear un término canario- que puede, sin producir una sola factura para no colaborar con "el sistema". La misma que te contesta: "¿Por qué a mi?", cuando se le llama para un trabajo legalizado. Esto es lo que tenemos. ¿Quién está explotando a quién?

Habría que darse una vuelta por Mercatenerife, para apreciar bien dónde es que falta el trabajo y quiénes explotan a quiénes.

Ignorar el escenario que nos rodea parece ser lo ideal para protestar y poner "contra las cuerdas" a quienes nos han sacado de la miseria corriendo todos los riesgos del mundo, arriesgando sus haciendas, sus pocos bienes, adquiridos con los más complicados trabajos, y sufriendo el amargo sabor de la injusticia en carne propia -es nuestro caso-, en muchos momentos de su vida, por la llamada administración pública, esa misma que, indiferente, permite que los bancos cierren sucursales -por coñazos, como se dice en Venezuela-, despidan cientos de empleados y después publiquen todos los años, sin ningún sonrojo, sus imponentes beneficios. ¿Es que eso no es una explotación evidente de la sociedad? No nos hace falta preguntar por qué nadie protesta sobre esa flagrante y publicitada realidad. Lo sabemos.

El tratadista, sabio, del movimiento turístico mundial, uno de los cerebros que intuyeron lo que ahora es la realidad del turismo mundial, Arthur Haulot, decía que los empresarios del turismo eran hombres del esperanza. Así es?

*Del Grupo de Expertos de la Organización Mundial del Turismo