¿Nos escuchan, nos siguen, nos espían? Más de lo que pensamos, me temo, y le ruego a usted que no me juzgue como un paranoico. Son demasiados los indicios de que nuestra vida privada cada vez está más sometida a los caprichos y designios de algún Gran Hermano, del que quizá nosotros seamos, a veces y redes sociales mediante, los primeros cómplices. Sí, lo digo categóricamente: nos espían, y no solamente, desde luego, en Cataluña.

Si le digo a usted la verdad, casi tanto me ha escandalizado la noticia de que los mossos espiaban ilegalmente a periodistas, políticos, abogados y sindicalistas como la escasa repercusión de este hecho, que es una clara muestra, por si hiciese falta, de cómo se las gasta(ba) la policía autonómica catalana. Que en la primera sesión, este jueves, del Parlament salido de las urnas el pasado 20 de diciembre ni siquiera se hiciese alusión a esta sensacional noticia, la de que los mossos pretendían destruir las pruebas de esas escuchas y seguimientos fuera de toda ley, me pareció vergonzoso.

Me expliqué muchas, demasiadas cosas. O, mejor, sigo sin explicarme demasiadas cosas: vivimos tiempos de surrealismo político, en los que quien pretende mandar está autoexiliado en Waterloo, con un recluso como gobernante títere, tiempos en los que tenemos un president de la Generalitat "provisional" que jamás ha pisado la Generalitat, y en los que nada es lo que parece. Así que cualquier "affaire" intolerable pasa ya como algo normal, cotidiano, a lo que nos vamos acostumbrando.

Comprendo que el Legislativo catalán estuviese embebido en "sus cosas", esas cosas que nadie comprende sobre cómo han de formar gobierno los independentistas, machacando de paso cuanto puedan al Estado; pero no comprendo que nadie hiciese siquiera referencia desde su escaño en el Parlament al lamentable estado moral en el que se halla la vida pública catalana, como demuestran estas escuchas. Ni comprendo que nadie de los presuntamente espiados haya puesto el grito en el cielo, con demandas y querellas de por medio. Nos hemos resignado, temo, a que nuestros derechos se vean limitados.

Porque el espionaje de los mossos, frustrado cuando la Guardia Civil interceptó un coche de la policía autonómica que iba a incinerar papeles comprometedores, no me parece el único episodio que habla de cómo oídos inadecuados escuchan lo que hablamos, o al menos lo que hablan las gentes que interesan al Poder, sea cual sea ese poder. Recuerden que hace ya casi un cuarto de siglo estalló un episodio repugnante cuando se comprobó que los servicios secretos de entonces espiaban hasta al Rey, pasando por el presidente de un club de fútbol y, claro, por políticos rivales o no tan rivales: algo había de espías huelebraguetas en aquel "affaire". Aquello desembocó en la salida del Gobierno incluso del vicepresidente Narcís Serra; sí, ese mismo Serra al que luego se entregó la presidencia de una Caja catalana, arruinada bajo su mando y que hace tres días comparecía a declarar ante una comisión parlamentaria por ello.

En los últimos años, los episodios en los que se han descubierto espionajes ilegales, públicos o privados, han sido numerosos y hasta casi increíbles, desde los del restaurante La Camarga, con faldas y pantalones de por medio, hasta aquel en el que se descubrió que un micrófono espía había sido colocado en el despacho del mismísimo ministro del Interior. Episodios que, por cierto, involucraron a la política catalana, que ha sido desde hace mucho tiempo un factor de "relajación", digámoslo así, de la moral colectiva. Pero tampoco podemos olvidar, y sospecho que pronto saldrá a relucir de nuevo, que, por ejemplo, en la propia Villa y Corte disfrutamos de sabrosas revelaciones acerca de cómo los propios dirigentes de la Comunidad se espiaban unos a otros.

Creo que los ciudadanos tenemos derecho a una mayor protección frente a los muchos poderes, incluyendo algunos, ya digo, privados, que pesan sobre nuestras cabezas a modo de espada de Damocles. Esa, la de unas garantías suficientes ante posibles, eventuales, hipotéticos o reales, abusos sobre nuestro derecho a la privacidad, debería ser la esencia de las reformas de la malhadada, inoperante, Ley de Seguridad Ciudadana, o -merece que se la llame así- "ley mordaza", que se centra mucho más en la seguridad de los integrantes de las Fuerzas de Seguridad, valga la redundancia, que en la de los propios ciudadanos. Porque, qué quiere que le diga, me parece que seguimos, las gentes de la calle, bastante inermes ante la curiosidad de quien puede pagarse, a veces con nuestro propio dinero, espiarnos, si le parecemos lo suficientemente interesantes para ello. O aunque no se lo parezcamos, que el capricho de esos "oyentes", desde luego no siempre limitados a nuestra propia nación, es infinito.