Cuando las veo pasar tan dignas y envejecidas,

los hijos y las hijas ya se han ido de la casa sólo ellas han quedado

con ese hombre que alguna vez quisieron (tal vez ya se calmó

no bebe apenas habla se mantiene sentado frente al televisor

anda en chancletas bosteza se duerme ronca se levanta temprano

está achacoso cegato inofensivo casi niño) me pregunto:

¿Se atreverán a imaginarse viudas, a soñar alguna noche

que son libres

y que vuelven por fin sin culpas a la vida?

("Cuando las veo pasar", de Daisy Zamora, poeta nicaragüense)

Tengámoslo claro: Si nosotras paramos, se para el mundo. Estoy convencida. Y es hora de que todos y todas, por fin, lo veamos así.

He sido tan consciente en mi vida personal y profesional de que la pobreza tiene cara de mujer, pero también de que ni esa pobreza puede con el espíritu de cada una de ellas... Lo he visto en las visitas, en los encuentros con los más desfavorecidos, en los centros de la tercera edad, en las reuniones con asociaciones en barrios, en los centros de discapacidad o dependencia: son ellas las que están tirando del carro. Unas con apoyo, muchas solas dedicadas a otros... Ellas son las que se sacrifican, casi se inmolan, para que la rueda gire.

Esta huelga no es por mí, ni por otras como yo, que también. Esta huelga es por esa mujer que pasea a su padre en silla de ruedas y se sienta sola en un banco de las ramblas a darle un yogur, con toda la delicadeza del mundo, mientras está pensando cuánto hace que no tiene tiempo para leer un libro; por esa que cuelga un bebé a su espalda mientras otro pequeñajo le tira de la pernera del pantalón haciendo cola en la caja del supermercado; la que le da las llaves a su hijo de ocho años y le tatúa un beso en la frente cada mañana para no despertarlo antes de salir a hacer su primera jornada de madrugada. Es por las camareras de piso, por las dependientas; por las policías, las conductoras de guagua, las taxistas o las barrenderas que aún están en minoría en un mundo de hombres; las amas de casa, las madres y las abuelas.

Y también, por supuesto, por aquellas de sobra preparadas que son menospreciadas y minusvaloradas por sus compañeros en la cúpula que no las dejan crecer; por las que aún tienen que aguantar a algún hombre que les explica condescendientemente algo que hace mucho rato entendieron; por la que se calla en la reunión, aunque grite por dentro, porque se juega el puesto, mientras su compañero le toca la rodilla debajo de la mesa; por las que gritaron en ese momento y fueron tachadas de histéricas o exageradas; por la que aprieta el paso al bajar de la guagua cuando ya se ha hecho de noche; por la que es inaudible entre los aullidos de otros tertulianos; por la que se sentó delante del juez y tuvo que explicar cómo iba vestida el día más horrible de su vida?

"¿Por qué apoya la huelga del 8 de marzo?", me preguntan. Y yo sólo puedo contestar: Porque las mujeres que tenemos responsabilidad política, tenemos más obligación que ninguna en la reclamación de la igualdad en todos los espacios. Porque debemos visibilizar y poner voz a las que no son escuchadas. Porque no podemos obviar que gracias a movimientos y organizaciones como las que nos invitan a unir fuerzas en este 8 de marzo, hemos alcanzado mejoras y respeto en muchos ámbitos, hemos encontrado más puertas abiertas y oportunidades, pero seguimos siendo un porcentaje muy bajo en relación a los millones de mujeres que viven y trabajan sin los más elementales derechos y reconocimientos. Por coherencia, por lealtad, por sororidad (qué bonita esta palabra y su significado). Porque estar al lado de quienes sufren injusticia y desigualdad no sólo es mi derecho, sino mi obligación.

*Consejera de Empleo,

Políticas Sociales y Vivienda del Gobierno de Canarias