Mañana no es un 8 de marzo cualquiera, con las demandas que, cada año, se suceden en el Día Internacional de la Mujer, con las reivindicaciones que se repiten, con las denuncias que caen en saco roto, con la tristeza de la costumbre que no atiende a la justicia y aplaza los sueños. La singularidad de esta efeméride va mucho más allá de lo conocido hasta hoy; trasciende los límites de las peticiones concretas y los símbolos externos porque, por primera vez, ciento cincuenta países -de los 196 que reconoce la ONU- sensibilizados y comprometidos con la igualdad, reclaman una sociedad más justa e igualitaria.

Será una huelga de mujeres extendida a todo un día, inédita en los anales del mundo, y que no se reduce a las trabajadoras de todos los sectores económicos, asalariadas y autónomas, madres y amas de casa; suma también a cuantas padecen discriminaciones sociales y económicas, a cuantas sufren todo tipo de violencia y están amenazadas de ese riesgo "por ser mujeres" de todos los orígenes, de todas las identidades. El objetivo de esta huelga es que el planeta, desde la metrópolis más poblada y colosal a la aldea más pequeña y remota, visualice y reconozca su papel y el valor que aportan a la sociedad.

En la meta de contar en un futuro próximo con "mujeres libres, vivas, feministas, combativas y rebeldes", las numerosas organizaciones que respaldan esta acción piden a los hombres que, en una decisión solidaria, "no paren sino que asuman las tareas de las mujeres, para que no se pierda el objetivo central de una iniciativa que tiene tras sí una larga y compleja gestación y que merece el premio del éxito".

Así pues, la huelga de mañana no se concreta en un paro al uso, en una suspensión tasada de las actividades laborales. Se extiende al terreno comercial y a los excesos y tiranías del poderoso mercado y, de modo decisivo, al ámbito doméstico y, dentro de este, a las múltiples e invisibles actividades, en su inmensa mayoría no remuneradas ni agradecidas, cuando todos deberíamos ponerlas en valor. Desde el 8 de marzo de 1857, cuando las obreras de las fábricas neoyorquinas se echaron a la calle para reclamar sus derechos, ninguna convocatoria había tenido esta ambición y este carácter.