Abro los ojos y me voy al baño con una extraña sensación. Me pongo frente a la taza y no encuentro nada nada. Un vacío. Un susto. Me doy la vuelta y veo, en el espejo, el cuerpo de mi mujer. Sobre la encimera, una nota: "Hoy vas a ser yo. Y yo voy a ser tu hasta mañana.Que seas feliz".

Tres cuartos de hora me pego con un secador y un cepillo intentando poner derecha una pelambrera enorme. ¿Qué me pongo? Abro el armario y me cojo unos jeggins de tiro alto, una blusa oversize, unos tacones animal print, unas argollas de Michael Kors y unas gafas Fendi. ¿Pero qué coño estoy hablando? ¿De dónde me salen esos nombres? Hay una parte de ella que sigue aquí dentro.

Casi me mato con los tacones camino del coche. Y luego en el coche. Pero al final puedo llegar a la radio sin problemas después de plantearme romperle la cara a un baboso que me mal mira en el ascensor. "Si me sigues mirando así te meto un cabezazo" le digo clavando mis ojos en los suyos, porcinos. Se acojona.

Naturalmente tengo que explicarles a mis compañeros lo que me ha pasado. La verdad es que son comprensivos. Que si tengo mejor voz, que si tengo mejor aspecto, que si me he quitado veinte años de encima? En fin, un éxito. Menos con Castañeda que cuando se lo digo me mira distraído y me suelta: "ya te notaba yo algo raro".

Me noto más lúcido así que, definitivamente, algo de ella se ha quedado por aquí. Pero es que, además, cuando salgo de la radio y me voy al supermercado compruebo que me sé los nombres de las cosas que quiero y que además sé dónde están. Es la prueba definitiva. Hago la compra, la llevo a casa, coloco exactamente cada cosa en su sitio. Hago la colada y para mi sorpresa sé dónde se pone el jabón y dónde el suavizante en los agujeritos de la lavadora. Plancho mi ropa y la del vago de mi marido, es decir, la mía. Luego me voy al gimnasio y me pego una hora endureciendo el culo aunque comparado con el verdadero, es decir con el otro, me parece que está como una piedra. Vuelvo y hago la cena.

A las diez de la noche entra ella, en mi cuerpo, quejándose de lo mucho que ha trabajado y rascándose las pelotas. Huele a cerveza y manises. Me contengo porque tengo ganas de abrirle la cabeza con una sartén. Pero es mi cabeza. Cenamos, friego la loza y me voy a la cama. Me duermo. Y pienso que si al día siguiente me levanto hombre voy a tener que cambiar un poco. Y que excepto por lo de mear de pie no le veo ninguna ventaja a ser un imbécil.