El fundador del periódico La República, Eugenio Scalfari, es el autor de una frase que ha popularizado en España, a fuerza de repetirla, Juan Cruz: "Periodismo es gente que le cuenta a la gente cosas que interesan a la gente". Es una hermosa, simple y precisa definición. Pero tiene otra, menos afamada: "El periodismo es un oficio cruel".

Veo en la televisión el principio del final de la historia de la desaparición de un niño. Durante días, la programación de las cadenas se ha volcado contando la desgarradora desaparición del pequeño Gabriel, las lágrimas desesperadas de sus padres, las batidas de búsqueda... Durante semanas han escudriñado todas las vertientes de la historia, buscando ávidamente cualquier pequeña novedad, presumiendo conocer de primera mano datos que no tiene la competencia, entrevistando a expertos y tejiendo en torno a la desaparición del niño un apasionante relato.

¿Tiene la gente el derecho de conocer todos los entresijos de la historia de Gabriel? ¿Existe la necesidad de informar de una historia -entre tantas- que conecta con las emociones de la audiencia? Vivimos en una democracia que mantiene ciertos derechos a la libertad de información (no así de opinión, como hemos visto recientemente). La respuesta a las preguntas anteriores es que los medios persiguen la audiencia de la gente y están dispuestos a darle a la gente lo que la gente quiera. Por supuesto rodeado de un halo de respetabilidad y servicio público.

Pero cuando observo a más de un centenar de personas reunidas por fuera de la comisaría donde está detenida la supuesta autora del secuestro y muerte del niño, siento un legítimo horror. Hay niños que gritan sonrientes "Todos somos Gabriel" como si estuvieran en una fiesta de cumpleaños mientras sus padres y abuelos piden la cabeza de la mujer que está declarando ante la Guardia Civil. Veo gente que no conocía ni a la familia ni al niño haciendo declaraciones que supuran rencor, odio en estado puro y deseos de venganza sobre una asesina.

La audiencia ha seguido la historia del pequeño Gabriel como una serie de televisión, identificándose con la historia y sus personajes. Pero con un plus emocional: se trata de un relato real. El dolor verdadero de unos padres no es ficción. Las grandes cadenas han destacado a sus enviados especiales a las puertas de la familia y han rodeado el pequeño pueblo de cámaras de televisión y enlaces por satélite. Y hasta tienen imágenes en tiempo real de la captura de la presunta asesina, con el cadáver del niño en el maletero.

Ahora hurgaremos en cómo murió estrangulado. Y por qué le mataron. Entrevistaremos a los familiares destrozados. Oiremos un mando de la Guardia Civil que se apuntará los éxitos de sus subordinados. Y hasta a la propia asesina. Alguien incluso puede que escriba un libro. Pasará el tiempo. ¿Qué ha ganado la sociedad con todo ese conocimiento? El periodismo, ciertamente, es un oficio cruel.