Las últimas declaraciones del mandatario de EEUU, sobre el comercio mundial y el interés de los yanquis en el mismo, deben hacernos reflexionar, ya que hemos sufrido a lo largo de más de 100 años las pautas del desarme arancelario, marcadas por los intereses económicos de los lobbys americanos, que han trazado las pautas en pequeñas economías, en los lugares más alejados del planeta.

Los canarios hemos sufrido nuestra parte, viendo como la caída de los aranceles al banano ha creado una situación problemática para los agricultores isleños, ya que las multinacionales han aplicado sus normas y sus intereses de "fuera barreras arancelarias".

Nos han dicho que la globalización era la línea a seguir y, en consecuencia, han entrado en las Islas gran parte de nuestros alimentos con arancel cero, tanto desde la UE como de terceros países, como ocurre con más de 40.000 Tm de carne importada, que "siembran" penuria y miseria para nuestros ganaderos.

La propuesta por parte del presidente Trump debe hacernos reflexionar, ya que es un giro en más de 100 años de historia económica, pero, sobre todo, por tratarse de productos clave en el comercio mundial, el acero y el aluminio. Estos son referencia tanto en tecnología como en poder hegemónico.

Valga como referencia la comparativa entre los años 1964 y 2016 de las producciones de metal de EE UU y China:

1964 2016

EE UU 115 mill. Tm 178 mill. Tm

China 20 mill. Tm 808 mill. Tm

Si hacemos una valoración de la producción de automóviles, las diferencias son aún más marcadas; por ello, ahora nos encontramos con una situación nueva. En lo de Trump, manda el interés americano, que hasta ahora ha barrido para casa, y a las pequeñas economías nos ha creado múltiples problemas por la llamada globalización, que ahora como antaño ha ignorado el interés de los pueblos que la sufren.

Trump habla para los operarios del acero en Detroit o Pensilvania, el llamado interés americano.

La agricultura, la alimentación a los pueblos, poco tiene que ver con la bolsa y los aranceles al acero y a los automóviles. Necesitamos crear estímulos, condiciones, para producir alimentos en los entornos en los que viven quienes los demandan, y ello sólo es posible fomentando la producción local, de proximidad, dependiendo poco del transporte y del frío industrial para su conservación.

La globalización olvida a la población local y las demandas básicas. Puede servir de ejemplo lo ocurrido los últimos años en Venezuela, que olvidaron el campo, ya que los petrodólares les permitían importar alimentos de cualquier punto del planeta, siendo el mayor consumidor de leche en polvo del mundo, sacrificando la ganadería local.

Veamos un caso concreto que afecta a nuestros hermanos de Venezuela. En los últimos años, ante la crisis de los precios del petróleo, los hechos le han pasado factura a un país cuyos responsables políticos no han mirado para el campo, olvidando la producción local. No aplicaron barreras a las importaciones, tampoco apoyaron a los productores locales, separaron agricultura y estómago, degradando el campo tanto en lo social como en lo económico.

Leche holandesa, argentina y neozelandesa para los niños venezolanos. Caso del Gobierno de Chávez financiando una cooperativa lechera en Argentina ("San Cor"), para producir leche en polvo para los venezolanos. Ahora, la cooperativa está en quiebra, porque Venezuela carece de petrodólares para pagar la leche, y en los campos venezolanos apenas quedan vacas y ganaderos.

La agricultura y la producción de alimentos requieren una cultura del territorio. Es mucho más que máquinas, mejoras genéticas con monocultivos, son también un riesgo ante enfermedades, y supuestos teóricos que funcionan en la bolsa y las producciones industriales, incluidos los tornillos.

Las recetas de Trump son un riesgo para el campo y la alimentación de la humanidad. Los temas no se resuelven ni con aranceles proteccionistas, ni con libre comercio, como se ha planteado en los últimos años. Hemos de contar con los consumidores y con los agricultores, con los que la salud, la alimentación y el medioambiente han de contar.

Hay que plantearse qué sociedad queremos. El campo es un tornillo del engranaje social, no de los planteamientos bajo presión de los lobbys, como parecen ser las medidas de Trump.

Y a los de aquí, hemos de decirles que el campo es mucho más que PIB; es cultura, y un modelo de sociedad más equilibrada, social y ambiental.