Existe una diferencia muy marcada entre la historia y las historietas, aunque no siempre es así, confundiéndose una dentro de la otra. De ahí que suceda, cuándo nos hablan de la historia con mayúscula, que nos pongamos en guardia, porque, antes de nada, en el acontecimiento que se pretende trasmitir ignoramos si está situado en la verdad o desnaturalizado por la componenda ideológica que a veces es difícil desengancharse de ella. Lo cual quiere decir que en los anaqueles que soportan los libros de historia pueden existir muchas historietas que es un subproducto cultural.

La historieta viene a ser el dios menor de la historia. Pero muchas veces condicionan, más que otra cosa, la voluntad de los que acceden a la lectura suponiendo una transposición u ocultación de relevancia de hechos que se desarrollaron en su tiempo y que pueden subvertir el animo o la disposición de cualquiera ante una reflexión o una conducta que puede ser totalmente desvirtuada. O sea, pensamos que estamos en la verdad y nos han situado en el engaño.

Y entre estas dos estructuras que inciden en el pensamiento puede coexistir un secuestro de las dos. Ante eso si que nos encontramos en el más desamparado de los silencios.

Y es que aquello que se le oculta a los pueblos por los que investigan motiva que se dé origen a la manipulación por parte de los que sabiendo cosas no nos la cuentan, las taponan con el velo de sus propias vergüenzas, al no ser capaces de trasmitir realidades, porque serían contraproducentes por diferentes motivos.

Entre ellos está -e insisto es peor que el engaño-, que la desnudez que se elabora perfectamente en el conciliábulo de algunos interesados, que por ahí circulan, hace que muchos pueblos se sientan huérfanos de pasado, huidos de su futuro, porque se les han arrebatado las herramientas que pudieran impulsar deseos y voluntades.

Quiere esto decir que la historia, bajando su nivel, produce el silencio en el escenario de los poderosos que la compran, situándola en el espacio de la historieta.

Lo cierto es que, entre historias e historietas, el desarrollo intelectual del hombre ha sido sometido a un trasiego constante que, desde la apariencia, muchos pretenden ser albaceas de la verdad cuando en realidad son portadores de la miseria, del cambalache y del desaguisado comprometedor.

Entre historias y historietas, el ser humano ha estado instalado o en la ignorancia o en el cabreo constante, al percibir cuándo se le engaña, cuándo se quiere hacer con él, simplemente, un negocio.

Y lo peor de todo esto es que es una cuestión irremediable, indestructible y solo nos puede preservar de ella la sagacidad, la ironía y trabajar siempre con la duda. La duda abre y tumba muchos portillos elaborados por los que pretenden confundirnos.