Todos los oficios al uso suelen tener un patrón, y en este caso la capital del Turia no se queda atrás en festejar sus tradiciones en honor de San José, el adalid de los carpinteros, que tuvo sus comienzos impulsada por el gremio del oficio, que en principio reunía las maderas sobrantes, las virutas y las astillas para formar una hoguera y prenderle fuego; porque el simbolismo de este acto consiste en la renovación de un nuevo presente y la desaparición del tiempo pasado.

Personalmente puedo decir que es la ciudad peninsular que más veces he visitado, y el puerto del Grao el umbral de la misma, en la que en los años sesenta del pasado siglo todavía se podían observar las cicatrices de la pasada contienda civil.

Pasear por su eje principal hasta desembocar en la plaza del ayuntamiento, era un hábito que practicaba casi semanalmente, habida cuenta de la frecuencia de mis visitas. Acompañado de mi paisano Leandro, recorríamos la larga zona peatonal con paradas en los teatros de variedades existentes, donde eran tiempos en que una Lina Morgan desconocida hacía pareja con Juanito Navarro, vestida de niñita cándida, con retranca verbal para hacer las delicias del público que pagaba religiosamente su entrada.

Cumpliendo con el viejo dicho de que el marino, por el hecho de viajar, no conocía mundos, sino que visitaba puertos de una forma fugaz, por la breve estadía de los barcos, que eran ágilmente despachados por los consignatarios para aliviar su oneroso coste de atraque, practicaje y permanencia de la nave; doy, pues, por sentado que cuando se trabaja es muy difícil practicar turismo panorámico; si acaso robándole algo a las horas del tiempo libre de que se dispone.

Habrán observado que he titulado este comentario en léxico "valenciá", porque la falla, como sátira artística, es todo un dechado de arte efímero que se instala (la "plantá") en las vísperas de San José, por su complejidad de ensamblado, donde el argumentario general suele estar instalado en su base, mientras que en la cúspide campa el motivo principal del objetivo a conseguir, que no sólo puede alcanzar una altura de 25 metros, sino que supone un oneroso desembolso para pagar a toda la serie de artesanos, cuyo oficio los hace depender de la tradición, aunque luego sus trabajos, excepto el de los "ninots" indultados, sean pasto de las llamas purificadoras (la "cremá"), dando paso finalmente a la masacre pirotécnica de la estruendosa pólvora y sus luminarias (la "mascletá"). El resto de los actos consiste en ese más de un millón de visitantes que acuden los días previos a visitar y admirar los casi 800 trabajos artesanales, y a sonreír con la aguzada y justa crítica política, que no es sino otra forma de desahogo popular ante los patinazos de los líderes públicos, aunque bendecidos, eso sí, por el pionero de los carpinteros y padre putativo del redentor.

Pero esta tradición no acaba aquí, pues en mi caso tengo a mi consuegro, que reside de forma voluntaria en la Isla del Meridiano, cultivando su hermosa huerta en Guarazoca, llena de aves y animales domésticos, que en los ratos libres se calza sus alas y se convierte en un Ícaro volador por el espacio del Golfo en La Frontera, donde, por cierto, rememora con verdadero entusiasmo la tradición fallera, pues meses antes hace acopio de material pirotécnico para quemarlo en la madrugada anterior al día grande, y celebrar la velada con su guitarra alrededor de una hoguera, mientras contempla extasiado el resplandor de sus cohetes, porque -yo he sido testigo- tras su rostro, contemporáneo del mío, se esconde el niño grande que disfruta quemando sus petardos y oyendo sus estallidos con esa alegría intrínseca de haber mamado esa tradición, en la que sólo le falta construir una réplica de una falla satírica, porque aquí tenemos motivos sobrados de libre inspiración para la censura política o privada.

Con esta trilogía, enunciada en léxico valenciano, queda extrapolada también la andadura de nuestro Gobierno nacional y los partidos oponentes, que en estos últimos días han expuesto con creces su torpe demagogia partidista, para castigarnos con el incierto futuro de las pensiones de jubilación o la aprobación de la condena permanente revisable. No se puede negar, por tanto, su merecida candidatura para una monumental falla.

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