La buena gente que se mueve por nuestras calles y que paga sus impuestos con resignada fidelidad, no se ha enterado de que hubo un pleno del Parlamento de Canarias donde en teoría se hablaba de ellos. Lo comprobé personalmente parando a cincuenta personas para preguntárselo. Al acabar la muestra había obtenido cuatro euros y sesenta céntimos en calderilla -de gente que sin darme tiempo a hablar me soltaba una moneda en las manos- y varios "váyase usted a la mierda", "no ahora no puedo", "lo siento pero no" y otras frases similares. Pero además me dieron un decepcionante número de respuestas negativas. Todo el mundo desconocía que sus representantes estaban celebrando un pleno para debatir la situación de Canarias.

Para ser francos, lo peor es que les importaba una mierda. De hecho era nombrarles el Parlamento y poner una cara como de que estaba oliendo a huevos podridos. "Lo que tendrían que hacer todos esos es ponerse a trabajar, que debería darles vergüenza", me llegó a decir una señora. Y quien más estaba enterado lo demostró con especial mala leche. "¿Pleno? No sabía. Me imagino que estarán discutiendo los sueldos de los diez nuevos que se van a incorporar a la teta pública ¿verdad?".

Lo que se respira en la calle, además del humo de los coches, es ignorancia o desprecio hacia la tarea de los parlamentarios y los partidos políticos. Los responsables de esa manera de pensar somos los medios de comunicación en el sentido de que hemos actuado de amplificadores de la basura en que se ha convertido el ejercicio de la vida pública. Entre los viejos y los nuevos que ya son viejos, los informativos se han convertido en vertidos contaminantes de aguas residuales.

La gente no sabe que el Parlamento celebró debate sobre el Estado de la Nacionalidad Canaria. Y hasta casi es mejor que no lo sepa. Porque tendrías que explicarle que la sesión ha durado tres días y ha reunido a sesenta diputados y personal auxiliar. Suma dietas, hoteles y gastos de desplazamiento. Una pasta. ¿Y para qué? Para aprobar un largo listado de "propuestas de resolución" que son iniciativas que presentan los grupos políticos y que el pleno aprueba o rechaza. Las que rechaza se quedan en nada. Y las que aprueba también.

Tres días de debate para nada práctico. Semanas preparando discursos, intervenciones y argumentos, para una representación teatral de unas pocas horas que se celebra con un reducido público de fieles militantes y ante el desinterés general de la sociedad. Este es el bochornoso resultado de una política que se ha insultado y despreciado a sí misma. Enredados en sus propios intereses y gobernados por políticos profesionales -a los que no se le conoce otro oficio que el de estar ahí- los partidos habitan dentro de una burbuja invulnerable e inasequible al desaliento. Un día en este país la gente irá a votar a punta de bayoneta.