Obligados por un sistema diseñado para engañar, la metáfora se convierte en el recurso literario más apropiado para restar aplomo a una situación de gravedad que se capea con discursos sonoros pero carentes de realidad. La crisis ha convertido las corbatas en rebecas de punto, y los zapatos de charol bien lustrados en tenis baratos de suela gastada. Los efectos nocivos y colaterales de la serenamente llamada recesión económica son interclasistas, y en su ejecución democrática no distinguen sexo, raza ni religión. Mientras los gurús económicos de la venta al por mayor vociferan en plazas y foros de alto copete la buena nueva del despegue financiero, la calle grita en silencio la pandemia de la pobreza y la exclusión social. En Canarias, la señora se asoma al contenedor a la vez que los parlamentarios justifican en el seno de la soberanía popular el último puesto en dependencia por "el retraso acumulado en años anteriores". Si tú le das realidad, ellos te la convierten en estadísticas interpretables; es la magia de la política, de aquella que no se respeta siglos después de que Platón dijera que "la moral y los principios de justicia deben ser los mismos, tanto para el ciudadano como para el Estado, de manera que sirvan para hacer felices a todos". En el Archipiélago se hace guardia junto a los contenedores de basura para hacer acopio de alimentos; también se coloca una cajita para que las señoras y señores cuya pensión se reparte entre la prole puedan alcanzar a buscar algo de comida entre los residuos. Es la parte que menos gusta a sus señorías. Me acuerdo de María, una septuagenaria de Gran Canaria que también se asomaba a las basuras en busca de víveres para alimentar a los ocho miembros de su familia. Gracias a un reportaje de Antena 3 conocimos su caso, mediático por el testimonio, pero no por insólito. María trataba de sobrevivir con los 310 euros que recibía de su paga no contributiva. Una situación desesperada, como la de otras muchas familias que luchan cada día para engañar la panza de sus hijos. Frente a los cerca de 500.000 canarios en riesgo de exclusión social, y que 3 de cada 10 niños se encuentren en situación de pobreza, el Ejecutivo canario recita con solvencia categórica y contundencia espartana que "el Gobierno sí lidera el desarrollo económico y social del Archipiélago". El resultado de la radiografía de la sociedad canaria elaborada a golpe de datos y con rostros solo la perciben los que observan, no los que miran y esconden la quiebra de la sociedad. Las Islas siguen estando a cinco puntos de la tasa media de desempleo y los trabajos que se están creando no son de calidad, pero da lo mismo, porque las soluciones se esfuman en las luchas partidistas por buscar el mejor eslogan. Lo que en su momento era quimera, algo imposible, se ha convertido en la filmografía de suspense patria que genera acróbatas en busca de alimento. No es populismo ni el ejercicio del fatalismo, es jubilar los campos semánticos y llamar a las cosas por su nombre dentro de una sociedad que le debe mucho al tercer sector como apaciguador de la fractura social. La mujer que se asomaba al contenedor no se ha ido; los llama, pero lo cierto es que muy pocos la escuchan.