Entre sus numerosas virtudes, debemos conceder al arte el don potencial de la profecía que se suma, en este caso, a la limpia grandeza del sevillano Murillo y, cuatro siglos después, al talento, compromiso y buen gusto de sus paisanos Laura de León y José Antonio de Lamadrid. El pintor captó la realidad social del siglo XVII, las clases ricas y pobres y las anatomías bellas y comunes que insertó en sus medidas composiciones sacras y profanas; los fotógrafos descubrieron la verdad y fuerza de sus tipos, buscaron analogías contemporáneas por las calles de la ciudad y con fidelidad admirable, reconstruyeron los ambientes y resucitaron las luces del genio barroco.

Frente a la crítica simplista que lo enalteció -y limitó- a lo grato y lo típico, las inmaculadas y pilluelos, por ejemplo, León y Lamadrid leyeron y actualizaron el instinto crítico de un plástico que trabajó en su tiempo y para el futuro y eligieron, para este juego cómplice, las más complejas y vistosas composiciones grupales y algunas obras emblemáticas cuya reinterpretación se convirtió en un reto.

Con un equipo multidisciplinar de cien personas, entre decoradores, iluminadores, sastres y maquilladores y un casting exigente de modelos de todas las edades, eligieron protagonistas y tejidos, reinventaron las situaciones y trajeron al presente histórico doce cuadros famosos y, como el propio Murillo, los trufaron con los problemas y preocupaciones contemporáneas (pobreza, injusticia, desigualdad, inmigración, xenofobia y todas las fobias descritas, desahucios, abusos, malos tratos) que nos conducen a la depresión y las enfermedades de moda, la tristeza, la melancolía y la ira de los justos y los desposeídos.

Hasta el próximo mes de abril y en la Fundación Cajasol, estará abierta esta magra exposición que, con sus fascinantes paneles, nos devuelven las atmósferas murillescas y nos insisten en el carácter ético del pintor mejor pagado de su siglo. Sevilla que, por más que se la viva y se la quiera, cada día nos atrapa con los más fuertes y dulces anzuelos se volcó con su artista y, entre tantos recuerdos y homenajes destaca sobremanera esta acción, menos cara que tantas otras, pero tan o más hermosa que cualquiera y, sin duda, más sorprendente porque lleva a Murillo más allá de la pintura.