"Ya no cuela, Rajoy", le han dicho desde todos los lugares de la sociedad que además ahora ya está en la calle, para que los asesores de Rajoy se enteren. Porque Rajoy sigue a lo suyo. Desde los cuatro puntos cardinales de España, porque la desigualdad no entiende de regionalismos o de nacionalismos rancios, hemos escuchado un solo grito que responde a la necesidad social de acabar de una vez con políticas que sólo alimentan la desigualdad del precariado, de las mujeres y de los pensionistas.

De tanto decir que España va viento en popa, algunos hasta se lo creyeron. Puede que no les falte razón cuando se habla de grandes números macroeconómicos, que lamentablemente poco tienen que ver la vida cotidiana de nuestros barrios, de comparativas interesadas con Europa y de rescates milmillonarios a diestro y siniestro, casi siempre, por qué no decirlo, favoreciendo a los mismos. Ese discurso estaba muy bien hasta que ya no se sostiene más. Y si el discurso se cae por su propio peso, su principal hacedor, el ínclito de Rajoy, pierde pie y se desvanece como el supuesto líder que nunca fue.

Los españoles quieren una sociedad igualitaria pero no porque seamos mejores que otros ciudadanos de otros países, incluso europeos. Es porque los españoles sabemos que en igualdad, con un gobierno fuerte que defienda a los débiles, esta sociedad progresa y cristalizan las expectativas de las nuevas generaciones, ahora mismo sumidas en ese trabajo precario a tiempo parcial que condena a toda una generación.

Ya no se puede hablar de ciertos sectores de la población. La sociedad en su conjunto se ha manifestado claramente en contra de unas políticas rancias e inactivas que nos quieren retrotraer a épocas pasadas. La riqueza que produce este país se ha de redistribuir y eso no lo hace por sí misma la economía de mercado. Un gobierno valiente, consciente de esta desigualdad creciente, tiene que apostar por canalizar actuaciones para corregir la desigualdad que desangra el futuro y que pone en la picota el presente de los jubilados con las pensiones más bajas, sumidos en la pobreza en un país en un contexto económico favorable.

A Rajoy le ha estallado en la calle el cóctel molotov que su discurso venía alimentando desde hace tiempo, ya solo con la mirada puesta en las siguientes elecciones y no en el bienestar de los ciudadanos. Suerte que están ahí las hemerotecas que nos recuerda que sí, existe, claro que existe este populismo de derechas que nos retrotrae a otros tiempos que, por suerte, no sólo hemos superado en cuanto a estabilidad e independencia de nuestras instituciones, sino también estamos dotados de una sociedad libre y con el suficiente impulso para decir alto y claro que ya no se aguanta más.

Lo que la sociedad pide es un gobierno que tenga dignidad tanto en su trabajo y en cómo lo comunica. Ya no valen los engaños y la fruslería sin escrúpulos que se han convertido en marca de la casa de un gobierno sin escrúpulos a la hora de pintar la realidad como más le conviene rindiendo sólo cuentas, por ahora, ante grandes empresas que un día y otro también aparecen como parte interesada en las cuentas de un partido podrido que sólo mira al pasado.

Pero la realidad no aguanta ningún otro renglón torcido que desde Génova o desde La Moncloa se pretenda trazar para que la gente le siga a golpe de flautista de Hamelín. Rajoy y los suyos no han pasado página de su estrategia que ya vemos claramente que era en blanco y negro en una España que desde hace un par de décadas pintamos, entre todos, con pactos a todo color, desarrollados por distintas generaciones, donde la diversidad y la igualdad eran las claves para crear un país lleno de oportunidades y de expectativas para todos.