A Carles Puigdemont, el expresident de la Generalitat fugado (entonces sin motivo) de la justicia española, lo fue a visitar la semana pasada a la cárcel en la que espera que un juez de aquel país resuelva si lo manda o no a España, un ultranacionalista euroescéptico, el eurodiputado Bernd Lucke. La visita es relevante, en primer lugar por el carácter oficial que encarna el citado visitante. Y, en segundo término, porque cuando se hace una visita de este carácter el advenedizo no va a informarse tan solo de las condiciones del que lo recibe, sino porque algún tipo de conexión, política o sentimental, los une.

Y si es esto, es decir, si hay conexión política o sentimental entonces Puigdemont tendría que haber tenido en cuenta, antes de dar su placet, algunas circunstancias. Pucke es un altranacionalista cuyas ideas ensombrecen el carácter de su amigo sobrevenido. A Lucke y a los suyos, un partido con poco éxito pero muy ruidoso en Alemania, los distingue su animadversión al extranjero. Consideran, en efecto, que las fronteras alemanas deberían cerrarse a los que vienen del Este o del Sur, y trabajan para ello en sus campañas sucesivas, entre ellas esta última que ha puesto contra las cuerdas a Angela Merkel, nuestra vecina de La Gomera.

Pero allí estuvo Lucke, sentado hora y media con Puigdemont, en una cárcel que tiene confort pero en la que lógicamente no tiene libertad. Tras su salida puso de manifiesto el estado en que se encuentra su visitado y expresó su deseo, natural, de que dejara la reclusión y obtuviera la libertad. Lo que ha sorprendido de este intercambio tan natural entre un encarcelado y su visita es que en Cataluña y fuera de Cataluña ninguno de los que están con sus tuits vigilantes si ocurre cualquier cosa que le vaya bien a la causa del procès no se hayan subrayado las características políticas, marcadamente ultramontanas, del amigo sobrevenido de Carles Puigdemont. Como si lo estuviera visitando el mismo Bertrand Russell, o como si Nelson Mandela hubiera decidido echarle una mano al famoso prófugo.

Esto es muy común ahora en las redes sociales. Se hace ruido con todo menos con aquello para lo que no nos viene bien el ruido. Estuve muy de acuerdo con el ruido orquestado por la estupidez de los ministros que se fueron a cantar el himno de la Legión ante el Cristo crucificado en Andalucía: ministros de un país aconfesional no pueden hacer eso. Pero me sorprendió que iguales tuiteros no se preguntaran en sus muy gastadas cuentas públicas por la identidad de aquel ultra que fue a sentarse con el muy apreciado (por tales usuarios de la red) Carles Puigdemont.

Otro visitante hubo esta última semana sobre el que hubo indulgencia plenaria. Fue el líder de Podemos, Pablo Iglesias, que en su caso se dirigió entusiasmado a visitar en su casa de la Patagonia a Cristina Fernández de Kirchner, expresidenta de Argentina y viuda de Néstor Kirchner, que también fue presidente de ese gran país. Al salir de la visita, Iglesias se fue a los micrófonos para hacer la clásica comparación? entre Podemos y su famosa anfitriona. Por esa vía llegó a la conclusión, que expuso, que Podemos es peronista de toda la vida. En otras circunstancias alguien en la red, de los suyos, le hubiera recordado que Perón fue el expatriado argentino más querido por Franco y que sobre Cristina pesan acusaciones tan graves como las que aquí desatan los denuestos de Iglesias y de sus compañeros. Esta relación y estas sospechas hubieran dado mucho de sí en la red, pero, igual que Puigdemont y otros, Pablo Iglesias tiene una de esas bulas que circulan para acallar el espíritu crítico de los que parecen haber inventado el espíritu crítico? para criticar a otros.

Ah, quiero recomendar a los lectores de EL DÍA "El orden del día" (Eric Vuillard, Tusquets). Hitler se reúne con los grandes empresarios alemanes. Acopia dinero y se apresta a anexionarse Austria. Lo que sigue es la barbarie. Ahí se entiende muy bien porque las leyes alemanas de ahora son tan duras contra el hipernacionalismo.