En algunas ocasiones, los escribidores nos tomamos la licencia de saltarnos la actualidad cruel, injusta y soez para no usar el estómago y la rabia en el oficio. La desaparición de un niño de ocho años movilizó un amplio operativo de búsqueda integrado por miembros de los cuerpos de seguridad y esforzados voluntarios que, durante unas largas y agotadoras jornadas, rastrearon palmo a palmo el páramo almeriense. Por muchas razones -por encima de todas, la diáfana sonrisa del pequeño y la angustia de sus familiares y amigos- el suceso conmovió al país y desplazó a planos secundarios los lances cabidos y cansinos del ruedo nacional. Desaparecido en un trayecto de sólo cien metros, entre la casa paterna y la de su abuela, el rostro de Gabriel entró con fuerza en nuestras vidas y por sus progenitores conocimos las luces de su breve biografía.

Diez días después, la localización del cadáver y la detención de la actual compañera de su padre -la dominicana Ana Julia Quezada- que, a las pocas horas, confesó su aberrante crimen cambiaron las esperanzas por la indignación y los miles de peces dibujados en todos los lugares de España se convirtieron en un homenaje general de despedida al "pescaíto", el tierno enamorado del mar que no tuvo tiempo de cumplir sus sueños de crecer y estudiar biología especializada.

A la sórdida e implacable realidad le salieron antecedentes y consecuentes oscuros; la ira llegó en todos sus modos pese a las llamadas de Patricia Ramírez, tan engrandecida en el dolor que, desde el primer momento, pidió eludir la venganza ante las limpias y generales muestras de apoyo y solidaridad "de tanta gente buena". En una decisión valiente se alejó del espinoso tema de la prisión permanente revisable -debatido entonces en el Congreso de los Diputados, en presencia de padres afectados por horrendos parricidios- y al mes del asesinato, en una carta abierta a su hijo, recordó "la marea de amor que quiere hacer un mundo mejor contigo como estandarte". En esa corriente de buena voluntad, los donostiarras Mikel y Olaia, después de recorrer mil kilómetros en una vieja furgoneta y dieciséis horas seguidas, dejaron un vistoso graffiti con la dulce imagen de Gabriel Cruz en una tapia de la vivienda familiar que señala para siempre y con un mensaje de optimismo el secarral de Las Hortichuelas de Níjar, donde ocurrió un hecho terrible y triste de contar.