De forma paulatina, el humo del incienso se va diluyendo al compás de la llegada del alisio. Los cofrades cuelgan sus túnicas en el arcón de los buenos propósitos, y la vida toma de nuevo su pulso rutinario para cumplir con las exigencias del calendario anual, que viene colmado de contribuciones tributarias, que no han tardado en publicitar con marchamo el propio Gobierno, que se ha despojado del capirote para trocarlo por el pañuelo anudado a la cabeza y el parche en el ojo, que viene a ser sinónimo de abordaje al peculio personal de cada ciudadano, para luego repartirlo conforme a sus intereses políticos y partidarios.

Así pues, este año ha finiquitado el Día del Amor Fraterno, una frase que hace unos años constituía un recordatorio de cómo debiera ser el trato con nuestros semejantes; una iniciativa que entraba en el subconsciente de forma casi subliminal, porque la propaganda sabe jugar y encajar sus cartas de identidad en el instinto básico de la memoria personal. Recuérdese, si no, la asociación que hacemos los mortales cuando nos recuerdan el deseo de refrescar nuestro agostado paladar. De forma involuntaria surge la marca de un determinado producto, que en lo que a mí respecta me sabe a rayos, pero que lleva décadas edulcorando a muchas generaciones, porque estamos inmersos en el siglo de la publicidad y la manipulación de las masas ovinas suelen ir derechas al aprisco de la conveniencia.

Sentado este precedente, recuerdo cómo bromeaba con mis compañeros de trabajo acerca del eslogan del Jueves Santo, especialmente entre dos personas, Manene y Popi, que se llevaban como perro y gato de forma permanente. Auxiliares ambos del organigrama administrativo, estaban continuamente a la greña por una rivalidad que nunca acerté a entender, y para paliarla un tanto, continuamente les recordaba la fecha señalada por el calendario y las prácticas derivadas de su paulatino mutuo comportamiento. "No se olviden, les decía, que el próximo jueves hay que respetar el día, y por tanto tendrán que dejar a un lado las discusiones personales para abrazarse como buenos hermanos". Y fue tanta la repetición del recordatorio que, llegado el día señalado, ambos estaban decididos a llevar a rajatabla la iniciativa. Así que al terminar la jornada laboral, me despedí una vez más de ellos deseándoles la conciliación. Y el caso fue que el recordatorio hizo el efecto deseado, porque al unísono se dirigieron al bar anexo a tomar un refrigerio para sellar esa pausa repentina de las hostilidades. Ignoro si fue algo milagroso, o tal vez producto de las dosis etílicas que se trasegaron en un mano a mano, pero lo cierto fue que ambos contrajeron una borrachera de campeonato y no cesaban de abrazarse de forma espontánea. Finalmente, apoyados el uno en el otro, porque habían perdido el equilibrio estático, Manene y Popi abandonaron el local dando tumbos de camino a sus casas, seguidos por la sorna incrédula del resto de los compañeros, que les parecía imposible la visión de tanta tregua.

No sé si aquella demostración de mutuo afecto duró el resto del día, pero lo cierto fue que una vez evaporados los efluvios de la bebida, el lunes siguiente recomenzaron la jornada laboral a cara de perro, como siempre. Han pasado los años y les he perdido la pista, pero recuerdo el sucedido con toda nitidez y esta anécdota constituye, sin quererlo, un ejemplo de reflexión sobre la conducta generalizada del individuo respecto a sus semejantes. Cumplida la etapa de expiación de forma multitudinaria, prácticamente todas las personas retoman sus hábitos de conducta para arremeter con saña contra el prójimo, familiar o pariente cercano, rival político y hasta pareja sentimental, que no es sino un claro ejemplo de la levedad del ser humano. El corolario de este sucedido resume con cierto matiz de tristeza la artificiosidad de la conducta generalizada, que tiene que recurrir a recordatorios o a estímulos alcohólicos para fundirse en un fraternal abrazo. Por todo ello, me gustaría conocer el grado de afluencia de muchos contritos cofrades, presuntos creyentes, a los guachinches cercanos, después de procesionar como mansos corderos y dejar el cirial olvidado hasta el año siguiente; amén de las consecuencias de su repentina fiebre fraternal, que como la de Manene y Popi se diluirá al día siguiente, de vuelta a la rutina cotidiana del toma y daca. Me limito a invitarlos a la reflexión, siquiera momentánea, del sucedido ocurrido un Jueves Santo cualquiera, para pulsar la fragilidad del ser humano.

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