Éramos pocos y parió Cifuentes. Al Partido Popular le están creciendo todos los enanos del gran circo en que se ha convertido la política española. El escándalo del hipotético máster de la presidenta de la Comunidad de Madrid tiene muy mala pinta. Tan mala que va a acabar en los tribunales. que es mucho peor ambiente que el de la convención nacional popular. El que se fue a Sevilla perdió su silla. Por lo menos la de Madrid. Los socialistas se han lanzado a por la pieza con los dientes por delante, con una moción de censura que Ciudadanos tiene muy difícil no terminar apoyando. Y si a eso se le suma que la justicia alemana ha permitido salir de la cárcel, bajo fianza, a Puigdemont -una especie de apoyo a su condición de perseguido político- la semana no ha podido ser más horrible para Rajoy.

La debilidad estructural del Gobierno es también mala para los Presupuestos Generales del Estado que empezaron a navegar en el Congreso. No hay apoyos suficientes para sacarlos adelante y no parece que vaya a haberlos. Máxime cuando el Partido Nacionalista Vasco, que ya estaba emperretado en no votarlos mientras siguiera la intervención de Cataluña, ha visto cómo el ex presidente Puigdemont vuelve a estar en la calle para seguir moliéndole la batata al Estado español y a los suyos mayormente.

Y esa es una pésima noticia, porque estos presupuestos estaban en la línea de recuperar inversiones y transferencias a Canarias y restaurar la financiación que se merecen dos millones de ciudadanos que han sido tratados de muy mala manera por Madrid durante muchos años. El PP, además, ha condicionado el aumento en la subvención al transporte aéreo de los residentes canarios a que las cuentas públicas salgan adelante, con lo que nos podemos quedar compuestos y sin pasta.

Algunos consideran que esto tiene un insoportable olor a elecciones anticipadas. Pero Rajoy es un gallego de pura cepa, instalado en la política del que resiste gana. Para los populares, convocar elecciones sin agotar la legislatura sería abrir la puerta en el peor momento a la entrada de Ciudadanos. Ese no es el plan de Moncloa. Los finos analistas de la corte de Rajoy creen que en España las historias siempre se repiten. Y que hay que jugar sobre seguro.

Ustedes ya lo habrán olvidado, pero en este país nos pasamos meses hablando del ''sorpasso'' de Podemos a un PSOE que estaba en su peor momento. Tras Rubalcaba había llegado Pedro Sánchez y el tormentoso enfrentamiento entre los barones con el nuevo secretario general, debilitado hasta la astenia. Todos los medios de comunicación manejaron encuestas que vaticinaban el asalto a los cielos de Pablo Iglesias y sus confluencias, sobre el cadáver destrozado del socialismo español. Pero la gran victoria de Podemos fue como un tsunami que sólo llegó a las autonómicas y locales. Ganaron grandes municipios como Madrid o Barcelona, pero el PSOE resistió el embate en las Elecciones Generales y la gran ola podemita rompió en los arrecifes de la realidad.

Los asesores de Rajoy le deben estar aconsejando la política de Jack el Destripador: vayamos por partes. Primero las elecciones autonómicas y locales, en mayo del 2019. Allí llegará la ola electoral de Ciudadanos para dar el gran revolcón a tirios y troyanos. Y una vez cerradas las urnas, empezará el desgaste del hasta ese momento virginal partido. Tendrán que mojarse en pactos y alianzas, en negociaciones de reparto de sillas (como mal dicen ahora los modernos del reparto del poder político) y los seguidores de Albert Rivera empezarán a salir en la foto de la "vieja política" para demostrar, empíricamente, que no hay nada nuevo bajo el sol, sino los mismos perros con distinto collar.

Algunos creen, por lo tanto, que el empuje de Ciudadanos perderá fuelle tras la batalla por los municipios. Puede que tengan razón -quién sabe con este país donde las encuestas no suelen dar ni una-, pero la evidencia es que Mariano Rajoy sobrevive de sobresalto en sobresalto, con ministros que se le caen de la cartera, escándalos judiciales y polémicas como la de Cifuentes, tan feas y tan mediáticas. Si los presupuestos generales naufragan en el Congreso, pierden la Comunidad de Madrid por una censura y los independentistas catalanes siguen chingando la borrega con su desafío soberanista no sé yo si podrán aguantar sin la catarsis de las urnas.

Hasta Rajoy, inasequible al desaliento y plusmarquista mundial de la inmovilidad política, empieza a parecer desgastado en su piel de rinoceronte. Este fin de semana plantó una encina en Sevilla y dijo que era un árbol "duro y muy español". Menos mal que no era un ciprés.