El suceso ocurrido en la Catedral de Palma, envuelto en sangre real, sin que nadie se desangrara, fue visto por toda España, o casi toda. Una abuela cariñosa deseaba fotografiarse con sus nietas las infantas, al tiempo que la heredera, Leonor, apartaba con cierta brusquedad el brazo extendido, para tomar partido del improvisado bloqueo de la panorámica familiar, llevado a cabo por la reina Letizia, que no supo estar a la altura del protocolo derivado del cargo; quizás por su origen plebeyo, elevada por amor a la máxima representación de esta España convulsa, afectada por mil causas de desapego patrio.

La imagen, de por sí, reproducida de forma multitudinaria, ha traído a colación, pese a tantas opiniones encontradas, que algo sucede en el seno de la mente de la experiodista, la cual forzada por una razón personal que ignoramos, se vio en la obligación de abortar la acción cariñosa de una abuela, que simplemente quería eternizarse en el recuerdo en compañía de sus nietas.

Ante tanta crítica de los medios de comunicación más destacados, y hasta de programas de televisión-basura, las nuevas atenciones, a modo de desagravio de la propia Letizia con su suegra, planificadas por la Casa del Rey a la supuestamente ofendida reina Sofía, se han revelado como parches permeables que no ocultan el comportamiento inadecuado de una reina consorte, expuesta a toda la opinión pública. Un suceso que define la diferencia de comportamiento existente entre la educación que se otorga a los miembros de sangre real, en detrimento de los que no han tenido esa oportunidad de formación, y por tanto siguen dando pie a la crítica nada propiciatoria contra la monarquía española, una de las más antiguas de Europa y del mundo, donde se resume la búsqueda permanente de un papel dominante por una aspirante en el organigrama familiar, que por ahora suma cuatro reyes y varias infantas; amén de princesas también pendientes de calificación. Demasiados, quizás, para esta nación que se debate entre nacionalismos secesionistas, protagonizados por personajes nada recomendables de la vida política.

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