El secretario general de la UGT canaria, Gustavo Santana, ha dicho que el modelo económico de Canarias está agotado. ¿Tiene razón? Merece la pena pensarlo, porque hay muchas cosas que no funcionan.

Canarias es un territorio carente de materias primas y situado en la quinta puñeta, que decidió en su momento integrarse en el área fiscal de la Unión Europea. Eso supuso nada más y nada menos que amputar nuestras posibilidades de mantener en las Islas un sistema de libertades fiscales y aduaneras. A cambio de aquella especie de suicidio se nos permitió mantener los restos de nuestras peculiaridades fiscales supervivientes: impuestos indirectos propios destinados a financiar las haciendas canarias y una tributación más baja que, con el tiempo, ha dejado de ser tan baja.

A lo que nos dedicamos hoy -a los guiris- es aquello para lo que tenemos mejores condiciones por nuestro clima, por nuestras horas de sol, por nuestra media distancia de los países emisores de Europa y por el desarrollo social y sanitario de las Islas, que es de nivel europeo. Es difícil, por tanto, que aquí hagamos otra cosa que nos resulte más rentable.

El motor económico de Canarias, que es el turismo, justificaría una industria y una agricultura volcada en los dieciséis millones de consumidores que nos visitan cada año. Pero tradicionalmente ninguno de estos sectores económicos ha mirado para el turismo. El comercio funciona, a pesar de que el precio final de nuestros productos (sumen a las cargas fiscales los costos de importación y los aduaneros) es similar al del continente. Y el abastecimiento de productos industriales y agrícolas a la actividad hotelera apenas ha comenzado, entre otras cosas porque las grandes empresas del sector, con gran patriotismo, se suministraban fuera de aquí; hasta en la mano de obra. No hay más que ver el alto indice de contratos a extranjeros, trabajadores foráneos que acuden al calor del desarrollo económico. Esto ha dado lugar a hechos tan insólitos como que en Fuerteventura o Lanzarote el número de votantes sea anormalmente bajo en comparación con la población residente.

La presidenta de Baleares, Francina Armengol, estuvo esta semana en las Islas para hablar de los retos comunes de los dos archipiélagos. Baleares tiene menor peso industrial que Canarias y una agricultura similar: o sea, débil. Y sólo tiene turismo cuatro meses al año. Pese a ello, la renta per cápita de sus ciudadanos es cinco mil euros superior a la canaria. Reciben dieciséis millones de turistas en su temporada estacional, los mismos que nuestras islas en todo el año. Y lo hacen en cinco mil kilómetros cuadrados, dos mil quinientos menos que el territorio que tiene Canarias. Sin embargo, no les ha dado por ponerse a discutir si deben limitar el número de visitantes, porque son consciente de lo que les da de comer.

Baleares es una comunidad rica que ocupa los primeros lugares del Estado en todos los indicadores. Y tiene nuestro mismo modelo económico. Eso nos debe hacer pensar que el problema no es del modelo, sino de otra cosa. Por ejemplo, tiene grandes empresas turísticas que importan renta hacia las Islas (algunas de ellas están en Canarias). Recaudarán esta año 120 millones por una tasa turística. Tienen la mitad de la población de Canarias. Están blindando su mercado laboral público con el catalán (si no sabes hablarlo lo tienes crudo) han optimizado sus costos de producción con una energía más barata basada en el gas y en su interconexión con el sistema peninsular. Y tienen la mitad de paro que Canarias (poco más del diez por ciento) y se acercan al pleno empleo.

El modelo económico de Canarias no está agotado, sino que necesita una profunda revisión. Nos hemos dedicado a exportar no porque fuera rentable, sino por las ayudas que nos llovían. Las subvenciones del Estado y de Europa nos recostaron en un comodidad que se está esfumando conforme van recortándose las perras. No es extraño que la renta per cápita en las Islas haya bajado porque nuestro crecimiento poblacional ha sido de los mayores de España. Con más gente para repartir, a menos tocamos en el PIB. Nuestra clase activa crece cada vez más, pero seguimos arrastrando un cuarto de millón de parados. Tal vez por ello nuestros sueldos son enormemente bajos, porque sobra demanda de empleo por todas partes.

A todo esto hay que sumarle que tenemos ciento treinta y dos mil empresas de las que menos de cinco mil tienen más de diez trabajadores. Y apenas mil tienen más de cincuenta. O sea, para llorar. Nuestro problema no es cambiar de modelo, sino aprovechar mejor este. Porque es un modelo de éxito -miren a Baleares- que ni siquiera nosotros hemos sido capaces de cargarnos. O sea, que debe ser bueno de verdad.