Si se les ocurre ir a comer o a cenar y de postre se permiten el lujo de pedir, porque está en la carta, el famoso "Muerte por chocolate", lo que menos puede esperar el comensal es que le digan que dicho postre tiene su aquel, vamos, que lo tienen que hacer sobre la marcha, y que ha de esperar entre veinte y treinta minutos a que se lo traigan. Lo normal es que tras una cara de incredulidad y desilusión del comensal, este termine pidiendo cualquier otra cosa. No se puede ofertar a un cliente algo que, aunque suene bonito, resulte casi irrealizable, porque es traicionar un deseo y limitar una necesidad y/o satisfacción personal.

Ya decía Coco Chanel que "El lujo es una necesidad cuando acaba la necesidad". En cierto modo, el lujo es un estado; una forma de ser; una cuestión de equilibrios; es poder palpar, sentir, tener, vivir experiencias distintas a las que solemos tener cuando nos invade el cansancio y la rutina. A ser posible, soñar con el paraíso; ese lugar, no necesariamente siempre físico, pero que de algún modo podemos percibir, sentir y experimentar en un entorno que nos proporciona bienestar y felicidad. Dejarte llevar por el instante mágico de la desconexión que te conduce inexorablemente a fluir con la vida.

El futuro de la industria del lujo, en general, pasa por innovar pero sin olvidar jamás que lo realmente importante es ofrecer al cliente "sensaciones únicas y vivencias inolvidables en primera persona". El lujo también puede ser una vuelta a lo natural, a lo orgánico, a vivir sueños y sensaciones que mantenemos normalmente ocultos o a la espera de una mejor ocasión para poder disfrutar de instantes inolvidables que nos devuelva la paz, la calma y la tranquilidad que la cotidianidad y el estrés laboral normalmente no nos lo permiten. El lujo no siempre tiene que ser cosas materiales -aunque a nadie le viene mal disfrutar de algo que le complazca y que se salga de lo habitual para satisfacer un deseo o una necesidad personal-, al contrario, el lujo es, sobre todo, una actitud ante la vida. Es un saber ser y estar.

Si trasladamos este ejemplo al sector del turismo, y más concretamente al sector del lujo, tenemos que tener claro en primer lugar qué es lo que somos capaces de ofertar de una forma real y convincente con honestidad, creatividad y profesionalidad; y, sobre todo, qué es lo que desea, necesita, busca y espera recibir el cliente; que en este caso del que tratamos, el lujo, suele ser entendido y exigente. No todo el mundo concibe, comprende ni sabe qué es el lujo; entre otras razones porque cada persona lo entiende y lo interpreta de una forma distinta y única; pero sí podemos acercarnos a su significado a través de acuerdos formales que tienen necesariamente que englobar aspectos sensoriales que nos conduzcan a crear para el cliente experiencias memorables.

No estamos hablando de algo baladí; el año pasado, el sector del lujo y de la alta gama movió solo en España algo más de 9.200 millones de euros; en torno al 9 % más con respecto al año 2016. Y eso que estas cifras son modestas si las comparamos con países como Francia (27.000 millones) o incluso Italia (29.000 millones). Pero para nosotros, lo importante no es solo la cifra, que es realmente impresionante, sino valorar la tendencia que, en nuestro caso, es muy positiva y ascendente. Con respecto al gasto en hoteles de lujo y en restaurantes de alta gama, se llegó a la cifra nada despreciable de 1.880 millones; que, para España en general y para Canarias en particular, donde se ubican los mejores hoteles y resorts de España y probablemente del mundo, así como cinco restaurantes con 6 estrellas Michelin, este factor diferencial es clave para mejorar, no solo nuestra imagen, sino nuestro desarrollo turístico y, por extensión, nuestro bienestar económico y social.

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