No me agrada personalizar una incidencia, mostrando mi rol de afectado directo, pero me veo obligado a resaltar los fallos de coordinación que se suceden en el día a día de un complejo hospitalario, donde la cantidad de personal adscrito hace prácticamente imposible llevar un control de cada cometido.

Cuando uno peina canas y hace balance de lo ocurrido a lo largo del ciclo vital, se encuentra con numerosas incidencias, que han sido fruto de evidentes fallos de coordinación. A menudo contemplo la robotización de una gran mayoría de personal que cumple con los criterios, pero renuncia a averiguar los motivos de los errores técnicos, como tampoco toman ninguna iniciativa en solventarlos; pues para eso cuentan en el organigrama de mandos con algún responsable directo del desatino. De ahí que la inmensa mayoría de personal convierta sus obligaciones en un acto rutinario que no requiere más solución, ni mucho menos un planteamiento capaz de paliar la falta de iniciativa para solucionar un simple problema burocrático, que nunca deberá recaer en la figura del profesional médico; cuya misión es la de devolver la salud perdida con sus conocimientos profesionales, pero nunca meterse de lleno a resolver problemas administrativos.

En mi caso personal, he palpado la responsabilidad de un profesional, que consciente de los fallos técnicos habituales por fatiga de material o carencia de mantenimiento adecuado, tiene que abrir la puerta de su consulta e improvisar con sus pacientes una solución de emergencia. Y cuando esto ocurre, es lícito citar con nombre y apellidos al especialista citado, al que he visto en algunas ocasiones ayudando de forma voluntaria a reducir fracturas, y aplicar férulas y vendajes para ayudar a la desbordada consulta de curas, que se ve saturada abiertamente por la cantidad de pacientes, que a diario acuden a los obligados tratamientos de alivio.

Sin ir más lejos, el que esto escribe perdió toda una mañana entera, después de ser citado por teléfono a la consulta con un especialista; el cual me indicó que no me había nombrado, pese a constar mi identidad en la lista de pacientes señalados para ese día. De forma que, frustrado por la negativa, tuve que acudir a la oficina de Listas de Espera, a preguntar por el motivo del error. Aquí ruego al lector la mayor atención: "el motivo no era otro sino obtener la confirmación de mi consentimiento para seguir en lista de espera quirúrgica, tras dos años de retraso". Dicho en román paladino, si renuncio por aburrimiento de la prolongada espera, de inmediato se me da de baja y paso a engrosar la lista de los triunfales resultados de reducción de las mismas, siendo publicadas ipso facto en los medios de prensa, radio y televisión. O lo que es lo mismo, con esta información falaz se cuelgan inmerecidamente la medalla de la eficacia sanitaria y a seguir barajando estas cifras engañosas.

No es así, señor Baltar, consejero de Sanidad, como se palían las carencias de un sistema público sanitario. Lo factible es abundar en los conciertos con las clínicas privadas a las que no se le avería un TAC que impida diagnosticar a un paciente aquejado de un infarto, mientras luego de una vergonzosa demora se baraje la posibilidad de trasladarlo al centro concertado para realizarle la prueba con carácter urgente.

La consecuencia de este desaguisado administrativo es que ahora mismo el paciente citado se encuentra muy grave en la UVI o UCI, debilitándose cada vez más mientras espera el traslado al citado centro concertado. Eso si no tiene la mala suerte de fallecer en el intento.

Resulta inadmisible que la clase política al completo, representada por un consejero procedente de una clínica privada, no palíe estas carencias. Con lo cual nos sentimos impotentes por la imperdonable inacción para trasladarlo de forma inmediata de clínica, donde los aparatos funcionen correctamente para emitir un diagnóstico definitivo.

Hace unos días, el eficaz traumatólogo Carlos Bravo Villalba abría la puerta de su consulta y se dirigía al frustrado público para decirles, que por otra avería en el sistema informático, las pruebas de radiología no las iba a poder valorar. Que la única solución era la de apuntar los números de teléfono, para llamar a las casas de los afectados y comunicarles el resultado de las mismas. También ese día nos tuvimos que marchar sin poder ser atendidos por el médico, que impotente ante las carencias técnicas, se responsabilizó para comunicárselo a sus pacientes vía telefónica.

Estas, y no otras, son las iniciativas que debe tomar la administración que usted preside, teniendo en cuenta que no estamos hablando de hortalizas, sino de seres humanos que sólo cuentan con un único patrimonio personal: la propia vida. Que es la que amenaza con perder mi consuegro, Joan Bellveser -al que yo citaba casualmente, sin dar su nombre, hace dos semanas- si la coordinación administrativa sigue dudando de si son galgos o podencos.

Seguir escribiendo, desde la sensación de impotencia, me está provocando la náusea precursora del vómito ante tanta hipocresía política. Ojalá nunca se encuentre en similar trance sanitario, señor consejero, porque entonces sí sería resuelto con mayor celeridad y eficacia.

jcvmonteverde@hotmail.com