Como soy de ciencias siempre me han gustado las matemáticas. A veces, cuando el insomnio me vence, logro dormirme resolviendo pequeños problemas que requieren todo el esfuerzo de la mente y alejan de ella las preocupaciones (que son al fin y al cabo la causa de que no podamos dormir); en vez de contar ovejas prefiero averiguar cuál es el cuadrado de 124 o la raíz cuadrada de 6.208, lo cual demuestra, como dijo un torero -creo que Rafael el Gallo, refiriéndose a Ortega y Gasset-, que "hay gente pa''tooo?".

Pero a lo que iba: me gustan las cosas exactas, precisas, con límites definidos. Admito, por supuesto, que hay otras que por su propia naturaleza son indefinibles, imposibles de abarcar exactamente con media docena de palabras -la cuadratura del círculo, la teoría de la Relatividad?-, pero sí creo posible que puedan entrar en ese capítulo las conclusiones de los seres humanos. Sabemos -volvamos a las matemáticas- que 20 + 14 = 34, e igualmente comprendemos con facilidad el teorema de Pitágoras, mas no llegamos a entender de la misma manera los vericuetos de la justicia, que es lo que me ha llevado a escribir este comentario, como es natural totalmente intrascendente.

Hace unas semanas tuvo lugar en Barcelona la entrega de sus títulos como jueces a la última promoción salida de la Escuela Judicial. Fue un acto que estuvo presidido por el rey, sin duda alguna creo yo que para darle el realce que necesita la judicatura en las circunstancias que el "procés" está provocando en todo el país. Los discursos, tanto el de SM como el del presidente del CGPJ, no pudieron ser más justos, dejando ambos meridianamente clara la independencia judicial y la necesidad de que los implicados en aplicar las leyes lo hagan sin trabas ni cortapisas. Pero ¿es eso cierto?

Ya he dicho con anterioridad que soy de ciencias, y han sido varios los comentarios que he escrito en que lo he manifestado, por lo que tras oír los discursos mencionados no he podido evitar recordar las dudas que se me siguen planteando en ese sentido las diferentes interpretaciones que los jueces y magistrados realizan de las leyes. Dice la RAE que las leyes son reglas impuestas por las autoridades competentes que tienen por objeto regir la buena convivencia, pero está claro que eso no es así como lo demuestra la serie de tribunales que actúan: de Primera Instancia, de Instrucción, las audiencias, los superiores de Justicia, la Audiencia Nacional, el Supremo, el Constitucional? sin mencionar los que ofrece la UE. Con una particularidad: todos tienen la misma misión: enmendar o confirmar la sentencia del organismo recurrido con anterioridad. Quien no esté satisfecho con una sentencia tiene el camino libre -por supuesto, si tiene dinero para correr con los gastos que todo proceso ocasiona- para recurrir o apelar a una instancia superior, y es ahí donde se me cruzan los cables. Da la impresión de que los legisladores, por mucho empeño que pongan al redactar las leyes que han de regirnos, son incapaces de considerar todos los elementos que se necesitan para cumplirlas? o incumplirlas. Sería deseable -ya lo sé, es imposible- que los jueces recientemente nombrados tengan los mismos criterios al aplicar las enseñanzas que han recibido, evitando de ese modo los pleitos que se alargan en el tiempo.

Y con lo dicho anteriormente no me refiero solo a la sentencia emitida por un tribunal alemán en el caso del expresidente Puigdemont, que, creo yo, se ha excedido en sus funciones al interpretar leyes emitidas por instancias superiores. Me refiero también a la enorme cantidad de juicios que se ven diariamente en los juzgados, muchos de ellos sin motivos justificados.