Te dijeron desde pequeño que tenías que confiar en ellos, que eran la mejor forma para aprender y forjar una educación con garantías. Te los regalaron envueltos en paquetes que se abrían cómodamente, como presentes secundarios siempre al lado del regalo principal que todos quieren. No los veías en los anuncios de la televisión porque simultanearlos en spots de coches o perfumes era complicado y poco rentable para los cánones del márquetin. Algunos los pasabas rápido en busca de las imágenes, porque tantas letras te aburrían. Son blancos, negros, verdes o violetas, y hablan desde el español hasta el inglés, pasando por el chino; no tienen cultura porque su identidad es global y sempiterna. Son valientes y cobardes, gordos y flacos, de risa, de miedo o de aventuras. Se adaptan a cualquier espacio y algunos los utilizan como soporte o como decoración; de ellos se aprovecha todo, hasta la cáscara. Sirven para dormir o para despertarte, para después de comer o en la sobremesa. Son diurnos y nocturnos, y su valor lo establecen otros, no tú. No tienen fecha ni hora. Enamoran al rico y al pobre, y los de izquierda y derecha llegan a los mejores acuerdos gracias a su capacidad de consenso. Hasta los de centro buscan su voto. Iniciaron guerras y firmaron la paz, destruyeron ciudades y construyeron países; derrotaron gobiernos dictatoriales y reflotaron los democráticos. Detrás están los buenos y los malos, los trabajadores y perezosos, los listos y tontos; los menos y los más, porque suman y restan sin alterar el orden de los factores. Son para profesores, médicos, astronautas y arquitectos. Desde tiempos inmemoriales, miraron a la humanidad desde el primer minuto. La miraron de cerca y de lejos, de largo y de ancho, con seriedad y humor. Pero, sobre todo, escribieron la historia desde que el mejor invento de la historia decidió nacer en Egipto, o por lo menos eso dicen sus precursores en los legajos que todavía se conservan. Se vieron en rocas, hojas de palma, tablillas de arcilla, ladrillos, metales y papiros. Ellos nos dejan un poco de sus sentimientos y pensamientos, de sus inquietudes y deseos. Cambian el mundo y amplían horizontes. Los libros te saludan para recordarte que les hagas más caso, que ya no tienen el cariño de Gutenberg. Los libros te recuerdan que las librerías se redujeron en 700 entre 2012 y 2013, y que en tan solo una década el número de puntos de venta de prensa ha caído un 25%. Ábrelos, ciérralos, pero no los olvides. Feliz Día del Libro.