Nada hacía presagiar que la llegada de una dionaea muscipula, más conocida como venus atrapamoscas, fuera a sembrar el pánico. Fue Yeison quien introdujo la maldita planta carnívora, empeñado en darle un aire diferente al edificio y argumentando que las moscas y mosquitos se ponen pesados ahora que llega el verano y que la susodicha se los come sin rechistar.

-Es horrible. Lo peor que ha entrado por esa puerta después de doña Monsi. Mira esos tallos y esos pelos. Si es que parece que tiene barba de tres días -protestó Úrsula.

-Ay, niña, pues así es como me gustan -suspiró María Victoria.

-No sabía que te gustaran las plantas.

-Me refiero a los hombres.

Los problemas empezaron ese mismo día cuando Yeison le comunicó a Carmela que tenía que ser ella la encargada de cuidarla porque había comprobado que, en su contrato, el riego también estaba dentro de sus cometidos de limpieza.

-Ni de coña me acerco yo a esa cosa -dijo con la fregona marcando distancia.

-Pero si lo único que come son bichitos y tú eres una biutiful guoman -dijo él poniendo morritos.

-No es no -sentenció ella.

Y así fue. Carmela se negó y fue Evaristo, el hombre para todo en este edificio, quien asumió la peligrosa misión. Eso sí, pidió hacerlo a distancia y Yeison aceptó enchufar una manguera a uno de los lavacabezas de la peluquería. Desde la misma puerta, Evaristo lanzó el chorro en dirección a la maceta. Acertar fue lo complicado y, antes de que el agua llegara a la venus atrapamoscas, remojó medio cuerpo de Yeison y el pelo entero de la Padilla, que, en ese momento, llegaba del supermercado.

-Al día siguiente, cuando apenas despuntaba el amanecer, Yeison nos despertó totalmente disparatado.

-¡Camin jier! ¡Camin jier!

-¿Pero qué son esos gritos? -le reprochó doña Monsi a través del hueco de la escalera.

-Margarita ha engordado kilo y medio o más -dijo él.

-Oye, niñato. ¿Tú te crees que estas son formas de despertarnos? -se quejó Eisi dentro de un pijama indescriptible.

-¡Ha engordado! -no paraba de repetir mientras se llenaba los cachetes de aire para describirnos cómo había quedado la tal Margarita.

Solo cuando doña Monsi le hizo un gesto de levantamiento de ceja a Evaristo para que enchufara la manguera y disparara, Yeison se calló.

-Ahora que ya estás más calmado y fresquito, habla -le ordenó la presidenta-. ¿Quién es Margarita?

-Ella -dijo, apuntando a la planta carnívora.

Todas las miradas confluyeron en aquella cosa verde, roja y con pelos que, efectivamente, había aumentado su volumen.

-Madre del amor hermoso, dios del universo y padre de todas las criaturas que pueblan la tierra desde el inicio de los tiempos?

-Bueno ¡Basta ya! -le espetó doña Monsi a Brígida, que no paraba de agitarse a sí misma como si fuera un bote gigante de Ketchup.

-¡Aléjense de ella! -gritó Carmela, que, a esa hora, entraba a trabajar-. He visto en las películas que son capaces de devorar elefantes enteros.

Yeison volvió a chillar cuando encontró algo tirado en el suelo.

-Son los leggins de María Victoria -aseguró.

-Se la ha tragado entera -sollozó Brígida.

-Sí, con sus 75 kilos uno detrás de otro -comentó la Padilla.

-¿Tú estás segura? -preguntó Carmela extrañada-. Ella decía que no pasaba de 69.

-¡La muy mentirosa! -murmuraron ambas.

-Por favor, no hablen así de una muerta -lamentó Yeison.

-¿Y si buscamos dentro? Igual todavía no la ha digerido -propuso la Padilla.

-Tú, inspecciona -ordenó doña Monsi a Evaristo.

El pobre hombre no rechistó. Brígida empezó con la retahíla de rezos y el resto nos quedamos en silencio esperando lo peor. Con sigilo, se acercó a la planta asesina pero, justo cuando extendía los brazos, se abrió la puerta del ascensor y María Victoria, que estaba dentro, preguntó.

-¿Alguien ha visto mis leggins? Con este viento han salido volando desde la azotea.

Ya por la tarde, descubrimos que lo que se había comido Margarita eran las pelusas que pululan por las escaleras y, desde entonces, Carmela la riega, encantada, todos los días.

@IrmaCervino