Decía Rousseau en su novela "Emilio o de la educación" (1762) que el ser humano está orientado naturalmente para el bien, pues el hombre nace bueno y libre, pero que es la educación tradicional la que lo oprime y la que destruye esa naturaleza, y es la sociedad la que acaba por corromperlo. Yo sigo teniendo fe y esperanza y sigo en una lucha diaria y constante por demostrar que así es.

Vemos muchos y diversos casos de vulnerabilidad social. Casos de pobreza, casos de violencia, casos de desamparo? en fin, todo un mar de penas y dificultades que muchas veces vienen con el sello de la impotencia y la señal de la injusticia marcada a fuego.

Sin embargo, casos como el de La Manada, donde, claramente, podría haberse marcado un cambio histórico, una señal de que esa lucha no es en vano, una muestra de protección y auxilio, de defensa y seguridad, y no ha sido así, es cuando el ser humano, como ser social que es, se une y manifiesta de manera aplastante y contundente en contra de estos sucesos, tan feroces y desgarradores.

La sociedad, en general, busca el equilibrio a través de sus normas y leyes, y es en la búsqueda de ese equilibrio cuando los cambios son y se hacen posibles.

Los cambios sociales son pues inevitables. La variación en las estructuras sociales, sus valores culturales y éticos y sus normas establecidas, lícitamente o no, no son inamovibles. Se activan, se remueven y se agitan. Pueden producirse por condiciones económicas, sociales o políticas acontecidas en una comunidad, o por influencias de la naturaleza en toda su grandiosidad y superioridad, como un temblor de la tierra, un movimiento telúrico que cause un terremoto que, igualmente afecte a la forma de vida de los componentes de esa comunidad.

Así, hay cambios sociales resultados de la evolución histórica y otros que irrumpen de manera súbita provocando un nuevo paradigma de ideas y conceptos que nos hacen ver la vida de un modo diferente, como la Revolución Industrial, la abolición de la esclavitud o el movimiento feminista.

Hoy estamos, y así lo espero, ante un cambio. La sociedad, nuestras hijas e hijos, se preguntan ¿cómo es posible que sucedan corrupciones y violencias que no sean juzgadas acordes con nuestro sistema? Y si es así, ¿por qué no se cambia? Pues se siente en las calles, en la gente y en las familias, la desesperanza, la impotencia y la rabia incluso, ante la pasividad y las injusticias que estamos viendo cada día.

En los tiempos que nos ha tocado vivir, los avances tecnológicos, el afán de producir y la necesidad de competir han hecho que vivamos a un ritmo trepidante en el que lo inmediato y lo urgente es la línea que nos marca el camino, gobernando así la prisa y olvidándonos casi del valor indiscutible de la paciencia. Todo lo queremos para ya mismo. Pero esta vez, queridos y queridas lectoras, no creo que la paciencia, la capacidad de soportar o padecer algo sin alterarse, según el DRAE, sea una virtud.

Nuestra paciencia se agota y no podemos ni debemos permanecer impasibles, como así ha demostrado nuestra sociedad en multitudinarias manifestaciones convocadas para dar visibilidad y protesta ante las injusticias sociales.

Seguiremos optando por una justicia social, que implique y comprometa al Estado en la compensación de las igualdades, y por una justicia real y representativa que esté en sintonía con nuestra sociedad. "Todas las cosas son imposibles, mientras lo parecen" Arenal, C. (1820-1893).

Así pues, si es necesario cambiar las estructuras sociales vigentes y las normas que las mantienen, que hagan valer nuevos paradigmas que reflejen los valores y principios dignos e igualitarios, con conciencia, razón y rectitud, que así sea.

*Profesora de la Universidad de La Laguna y vicepresidenta del Colegio de Trabajo Social de Santa Cruz de Tenerife