La Villa de La Orotava, que celebra sus III Jornadas Cervantinas, recordó a dramaturgos, actores y directores que, contra todas las carencias -la libertad en primer lugar-, hicieron el teatro posible y, acaso el necesario, en el tardo franquismo y la bisoña democracia.

Junto a un extenso programa de actos, la iniciativa fue promovida por la Asociación Cultural Alisios y presentada por su presidenta, la profesora María Victoria Martínez.

Me tocó hacer el introito del reencuentro de escritores ilusos y voluntariosos, con los que me une el afecto y las alegrías y penas del ingrato oficio, y con una ristra de valiosos ausentes que cubrieron inquietudes y tedios ajenos con riesgos propios.

En una estación de su eterna crisis, todos asumimos a nuestro modo y manera cuanto se hacía, o se podía hacer, en el Madrid gris y vigilado y en nuestra singular periferia. Así en el Guimerá y otros locales insulares y a cargo de grupos, más o menos estables, se montaron comedias -altas, bajas y benaventinas- y tramas sociales -más o menos acres- herederas de los tiempos libres y luego controlados por los guardianes de las esencias. Y, entre unas y otras, traducciones de autores europeos y americanos, arrimados a nuestra flaca sardina: Priestley, Miller, Pirandello y, más tarde, Beckett, Camus y Brecht, previamente medidos por el poder con ojos en el cogote; y los textos de la sutil denuncia, la sugestión inteligente y el posibilismo, que se tenía que leer entre líneas y oír entre labios del que Buero Vallejo fue el maestro sumo.

En esos empeños, el TEU lagunero, el Círculo de Bellas Artes, el Teatro Estudio, Candilejas, entre otros muchos, salieron de las sombras y un cortejo de muertos y vivos contaron sus cuitas a los espectadores jóvenes que nacieron con la democracia temblorosa, crecieron en la costumbre y no saben, para su bien, de naufragios ni de olvidos. Para no pecar con la memoria, siempre frágil y veleidosa, ¡salve, amigos todos! Quienes prendieron las luces, barrieron las salas y quienes recibieron los aplausos; quienes escribieron y quienes entendieron lo escrito y el público fiel y esperanzado que creyó que el teatro, el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma, era eterno y también un camino hacia todos los derechos proscritos y después ganados.