Se me ha hecho imposible dejar pasar por alto la imagen de una mujer sobre un tablero de parchís que con tanta ilusión me muestra Ángela, una entusiasta colaboradora de Buenavista del Norte, pintoresco pueblo de nuestra Isla Baja de Tenerife en el que estoy de visita una soleada tarde de mayo a punto de impartir un curso de Risoterapia en la Casa de la Viuda. Le pregunto con curiosidad analítica: "¿Y eso qué es?". "Estamos promoviendo la participación ciudadana", me contesta, para una acción social de nuestra comunidad. ¡¡Vaya!! Me quedo embelesada mirando más allá de la foto recordando una de mis metáforas favoritas, de Hayes, "El Tablero de Ajedrez". Sonrío y desde mi interior comienza mi mente a rebuscar entre los confines de la memoria? Cuando niña jugaba con mis hermanos, mi madre y mis primos a un juego llamado "El juego de la vida", se convirtió en un referente de las visitas familiares y en la hora después del almuerzo, cuando los niños éramos niños y no teníamos adicción a los móviles, ni WhatsApp, ni tablets ni tampoco a la tele. Esa época en la que simplemente nos sentábamos expectantes alrededor de la mesa armando el juego y eligiendo un color, momento turbio y conflictivo en el peor de los casos a ver quién elegía primero, por lo general mi hermano mayor por eso de ser el más; y yo la última, por ser la más pequeñita, terminaba enfadada porque yo siempre quería el rojo y no el verde? Paso a paso, jugada a jugada, íbamos construyendo las reglas de la vida misma? de mi vida ¡y yo sin darme cuenta! Mis sueños, aciertos y derrotas comenzaban a entretejerse una y otra vez a través del juego. Entre risas infantiles, dados tirados, coches y personitas en miniaturas, casitas, escuelas, universidades, árboles y hasta bebés azules-rosados, la vida no era tan difícil. Al final ganar o perder era parte del juego y no pasaba nada, recogíamos las fichas, el tablero y todo a su caja cuidadosamente guardado hasta la próxima visita familiar.

¿Por qué me sigue viniendo a la mente este preciado recuerdo? Será porque gracias a estas pequeñas acciones comenzó el entrenamiento de lo que sería mi vida. Tal vez porque en aquel entonces tuve la visión y pude plasmar a los 8-9 años los diferentes escenarios y acontecimientos futuros. Crecer, estudiar, ir a la universidad, formar una familia, tener tres hijos, viajar, hacerme adulta... Será que simplemente seguí el modelo social del juego de la vida paso a paso, pelo a pelo.

Luego, con los años, comprendí que Hayes tenía razón. La vida es algo así como un gran tablero, él lo llama tablero de ajedrez, aunque también podría ser monopoly o parchís. Al fin y al cabo, todo cuenta. Sea cual sea el juego, son siempre los mismos jugadores, contrincantes, fichas, colores, diversidad, movimientos, roles, decisiones. Alguien pierde o alguien gana. Lo importante es participar. Atreverse a jugar, porque mientras estamos activamente participando estamos activamente aprendiendo, consciente o inconscientemente, estimulando nuestras capacidades, valores y principios de la vida. Porque, a través de estas acciones y propuestas, estamos fortaleciendo nuestras virtudes, probando nuestras destrezas y aportando nuestro granito de arena. Al final, todos y todas somos parte de la vida; y, cada familia y comunidad, una oportunidad. A veces nos tocan las negras, otras las blancas; a veces tenemos una gran partida. A veces somos simplemente el tablero donde ocurren las cosas. Sea como sea, aprender a jugar y aprender de cada jugada, juego o jugador/a, puede ser el verdadero sentido de la vida.

La diversidad es lo que permite que el juego sea más divertido. La diversidad y los colores. El colorido, las formas y las diferencias es lo que da fuerza y carácter a un paisaje. El sentido de la vida, más allá de perder o ganar.

Yo pongo el tablero, tú pones las piezas? ¿Jugamos?

*Psicóloga Sanitaria T-2396. Sexóloga. Hipnoterapeuta. Coach PNL, Terapeuta EMDR