Algo tiene en la garganta". Un refrán popular nos transporta a diferentes recuerdos de la vida. Nos imaginamos a amigos que suelen ser dicharacheros y que, debido a su cambio de actitud, y su mutismo, deducimos que algo les debe ocurrir. Nos imaginamos alguna situación en la que nos hubiese encantado "soltar" lo que queremos, pero algo, que no sabemos qué es, nos impide hablar y no podemos emitir palabra alguna. Este refrán nos recuerda cómo la imposibilidad de decir lo que queremos nos lleva al silencio, al bloqueo, a un freno que se siente en la garganta, y que llega a doler por no poder sacar todo aquello que queríamos. Este refrán alude al temor o al miedo de poder ser libres a la hora de expresar lo que nuestra mente crea con gran rapidez, lo que nos da vueltas y vueltas en nuestra cabeza sin parar, pero no sabemos cómo empezar. Sentimos cómo de nuestra cabeza a nuestra boca hay un desvío más largo que lleva al pecho y luego a la garganta, produciendo una presión que impide que pueda salir con normalidad. Este refrán alude a lo que nos callamos, a lo que sufrimos, y al malestar que sentimos al no poder emitir por ese canal aquello que llevamos dentro, y la consecuencia es que vamos sumando en nuestro haber palabras no dichas, sentimientos no expresados y emociones contenidas que irán anulándonos y haciéndonos sentir cada vez más incapaces, menos felices y más debilitados en situaciones que interpretamos como amenazantes. La reacción que imaginamos de la otra persona nos produce inseguridad, recreamos lo que podría ocurrir y ese es el freno que hace que comience el bloqueo. Justo ahí es donde empieza todo.

Muchas veces también creemos que callar es más inteligente, y que decir lo que pensamos nos puede perjudicar, esa sería otra situación, una situación en la que el freno no pasa por el pecho, sino que va directo al estómago y allí la rabia comienza su ebullición. Paramos en esa garganta toda palabra que pueda generar conflicto, y retenemos toda esa emoción. El malestar que genera esa rabia son grandes dosis de ansiedad y si no la descargamos por algún lado o si, además, nuestra cabeza empieza a centrifugar miles de pensamientos que no puede parar, la rabia que se genera se mantiene contenida, ya sea porque nos puede llevar a un enfrentamiento que quizás en ese momento no nos interesa, otras porque quizás no tenemos el valor, y otras, porque nuestro estado de ánimo es tan bajo que, hablar de ello, con nuestro entorno, interpretamos que no nos ayudará.

Situaciones como la separación, donde nos encantaría soltar lo que llevamos dentro, las injusticias que soportamos, y los actos a los que somos sometidos son un claro ejemplo del silencio como estrategia. La firma de un convenio, o llevarse bien con la otra parte para que los hijos no se vean perjudicados es una meta que hará que traguemos y traguemos hasta que veamos materializada la situación que interpretamos como favorable para nosotros o nuestros intereses. Quizás este tipo de ejemplo, donde la estrategia premia, es el único caso donde callar puede ser positivo, pero ¿hasta dónde? Llegará un momento en el que habrá que valorar un "hasta aquí llegué", cuando el respeto o la integridad de uno se pierden, cuando el abuso es un hábito, cuando ceder tanto te deja impotente y enfermo de rabia y frustración. No llegues a ese punto. Fija una meta y unos límites, ante todo mereces respeto y justicia. Y la posición de ceder tanto te irá debilitando en cualquiera de las estrategias.

En todos los casos que vengan a la mente, como situación donde no poder expresar aquello que sentimos, va generando en nuestro interior sensaciones de malestar. Aprendizajes anteriores nos han hecho tener miedo o frenarnos por las consecuencias de nuestra respuesta. La sensación de perder a la persona, o que se enfade con nosotros, hace que reprimamos nuestros impulsos inmediatos, pero hay que pensar que son respuesta a una acción de la que en esos momentos somos "víctimas". ¿Has pensado que la otra persona sí tiene la libertad de decir lo que piensa o hacer lo que le parezca? ¿Por qué esa persona sí y tú no? Mientras más te frenes, menos te respetarán. Decir lo que uno piensa no es malo, al contrario, te libera. Si respondes con educación o en el mismo tono en el que te hablan, ¿qué tiene de malo? Deja de imaginar las posibles respuestas, o deja de tener miedo a perderlas, si te tratan así, ¿merece la pena mantenerlas en tu entorno?

No permitas que te usen a su discreción. Aquellas personas que se permiten el lujo de hacerte sentir mal en una conversación deben, por lo menos, recibir una respuesta, y el silencio no es una de ellas. Habla, exprésate, suelta aquello que te molesta o donde sientes que se te trata de manera injusta, ganarás en autoestima y sobre todo en salud. El dolor de garganta, las palpitaciones o el malestar que sientes desaparecerán. Eres sensible y de eso no debes avergonzarte, las cosas te duelen, eso significa que tus emociones y tu educación están por encima de ellas. Tu vida es tuya, tus emociones son tuyas, y nadie que no lo valore puede permitirse aprovecharse de ello. Quiérete y ten por seguro que te querrán más. Y si no es así? ¿valía la pena?

*Psicóloga y terapeuta

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