El exministro del PP Luis de Guindos, hoy felizmente instalado como un lujoso florero en el Banco Central Europeo, se compró en Madrid un ático de seiscientos mil euros. Pablo Iglesias, instalado en la superioridad ética de los sesenta metros cuadrados de un modesto piso de Vallecas, aprovechó para ponerlo a parir y hundirle el puñal de una sibilina demagogia. "¿Le entregarías la política económica del país a quien se gasta 600.000 euros en un ático de lujo?", escribió en Twitter el 20 de agosto de hace seis años.

Para aquel Pablo Iglesias, vivir en un chalé era un "rollo peligroso" porque alejaba a los políticos de la realidad que vivía la gente normal. El líder de Podemos llegó a salir en un programa de Ana Rosa Quintana enseñando lo modesto de su vida ejemplar. Pero como dice un viejo aforismo, uno es el dueño de sus silencios y el esclavo de sus palabras. Y cuanto más hablas, más vueltas le das a la cadena en tu propio cogote.

Esta semana, saltaba a los medios de comunicación la noticia de que Irene Montero, portavoz de Podemos en el Congreso, y su pareja, Pablo Iglesias, se han comprado un chalé con parcela de dos mil y pico metros cuadrados, "en una zona exclusiva del Norte de Madrid", con piscina, jardín y casa de invitados. Un chalé que han adquirido por 600.000 euros. Qué ironía: el puñal es del mismo tamaño que el de Guindos.

El desembarco de Podemos en la política española se produjo a lomos de un intenso cansancio de la gente con una "casta" política que había construido un feliz mundo de privilegios exclusivos. Gran parte de las simpatías de muchos indignados se fue con una tropa de profesores universitarios que se presentaron como "transversales": gente que venía a hacer política de forma ética, sin adscripción ideológica y para luchar por una sociedad más justa. También de aquellos tiempos fueron las duras críticas que Iglesias dedicó a los comunistas españoles de Izquierda Unida, a los que consideraba unos tristes personajes, atados a su vieja ortodoxia e incapaces de conectar con la sociedad.

No pasó mucho tiempo sin que cambiara el escenario. El mismo Iglesias que despreciaba a los comunistas terminó aliándose con ellos porque le convenía. Y con el tiempo, el partido formado por círculos, donde todo se debatía, se transformó en una poderosa estructura centralista. Las "malas hierbas" fueron cortadas y condenadas al ostracismo. Incluso miembros del núcleo fundador de Podemos -como Errejón o Bescansa- fueron apartados. La utopía aterrizó en la jerarquía.

Iglesias es el orador más solvente que tiene la política de este país. Va tan sobrado que se ha llegado a creer que es capaz de explicar racionalmente cualquier cosa, aunque sea el sexo de los ángeles. Y aunque haya dicho antes lo contrario. El paso del tiempo ha demostrado de una forma objetiva que Pablo Iglesias cambia su discurso conforme a sus necesidades o conveniencias. Podemos es hoy un partido político de izquierdas como los de toda la vida. No era el fin de la casta, sino su renovación. Aunque esta nueva casta tenga más éxito electoral.

Cada uno con su dinero puede hacer lo que le de la gana. Y entre eso figura comprarse la mejor casa que pueda. El asunto no es ese, sino que los que han sostenido lo contrario terminen haciendo aquello que criticaban ferozmente. Eso se llama incoherencia. Pablo Iglesias va a perder algunas plumas en este lance, porque sus explicaciones convencen a muy pocos. Algunos de sus propios compañeros, como el alcalde de Cádiz, José María González, ya le ha dedicado un mensaje envenenado cuando le preguntaron si pensaba cambiar de casa: "Ni lo he pensado. No quiero dejar de vivir y criar a mis hijos en un piso de currante en el barrio gaditano de La Viña".

Decía Felipe González, el mejor estadista que ha tenido España y probablemente el mejor presidente, que ser de izquierdas no significa querer que todo el mundo sea pobre, sino que todo el mundo sea rico. Su primera gran campaña fue "por el cambio" y la derecha acabó guaseando con que había conseguido sus propósito, porque efectivamente los socialistas cambiaron de casa, de coche y de pareja.

Pero los socialistas que transformaron la España de los años ochenta y nos metieron en la Europa moderna no desembarcaron poniendo a parir a la "casta" política desde una nueva superioridad moral. Podemos sí. El precio que van a pagar ahora es que a ellos les pasen la misma factura. ¿Y saben qué? En cierta manera tiene algo de injusta justicia poética. Como en el famoso trabalenguas, con esto del chalé "Pablito clavó un clavito". Pero es el primero que clava en su propia caja. Quien a hierro mata, a hierro muere.