Fue ver a la nueva farmacéutica y Eisi empezó a sufrir los estragos del amor. Tanto es así que el miércoles una ambulancia se lo llevó a Urgencias, aquejado de un fuerte dolor en el pecho. Brígida le echó la culpa a Cupido y a su manía de atravesar corazones disparando flechitas, así que, temiendo que la siguiente fuera ella, corrió como alma que lleva el diablo para encerrarse en casa. Al parecer tiene verdadero pánico al amor. En medio de la huida, la mujer tropezó y rodó escaleras abajo como las pelusas. Quedó tirada en el suelo despatarrada de tal forma que, cuando vinieron los de la camilla, no sabían si hablarle a la cabeza o a la pierna derecha. En apenas cinco minutos se habían llevado a dos vecinos del edificio al hospital.

Ante semejante panorama, Yeison decidió activar el protocolo de emergencias.

-Halcón rojo a bestia parda -gritó a través de la megafonía del edificio.

-¿Pero qué pasa ahora? -gritó Carmela.

-Alguien voló sobre el nido del cuco -contestó él.

-¡Habla en cristiano, hombre! -protestó la Padilla.

-Tengo que hablar en clave por si nos escucha el enemigo. Estamos ante un código rojo extremo y por eso he activado el protocolo.

-¿Y quién te manda a activar nada? La presidenta soy yo -le recordó doña Monsi.

-Y yo, el encargado de la seguridad del edificio.

-¿Seguro? -preguntó la Padilla.

-De eso no tengo. Yo voy a la sanidad pública.

-Pues, chico, vuelve a pedir cita.

-Bueno, ¡basta ya! -interrumpió doña Monsi mientras le hacía un gesto a Yeison para que explicara la emergencia.

-Señoras, estamos cayendo como moscas. Primero Eisi y, después, Brígida. De continuar con este ritmo de bajas, no nos quedará más remedio que poner en marcha el plan de repoblación inminente. Si no lo hacemos, el edificio se quedará totalmente vacío y desaparecerá para siempre.

Aquellas palabras nos dejaron heladas. Bueno, no sé si fue eso o que la puerta del portal se había quedado abierta y entraba una corriente de aire que tumbaba patrás. María Victoria tragó saliva y preguntó.

-¿Y qué podemos hacer? ¿Reproducirnos?

-Esta tía solo piensa en eso -se quejó Carmela.

-Lo primero es encontrar al culpable de todos nuestros males. Se llama Cupido.

-¿Y cómo sabremos que es él? -preguntó María Victoria.

-Va desnudo -explicó Yeison.

-¡Vaya! -exclamó Úrsula.

-¡Vayamos! -exclamó María Victoria.

De pronto, un golpe seco llamó nuestra atención.

-Habrá sido una pelusa contra la pared. La nueva camada viene con fuerza -comentó Carmela.

Un suspiro volvió a captar nuestra atención.

-Ay, amor mío, qué guapo eres -le susurró la Padilla con voz enamorada a Yeison.

-¡Atrás! -alertó él, apartando a la mujer que le estaba poniendo morritos con los ojos entornados-. El diosito volador le ha disparado una de sus flechas a la Padilla.

-¿Dónde está? -preguntó Carmela con la fregona en alto a lo Star Wars.

-Déjate de tonterías. Hay que esconderse.

Alguien señaló el ascensor. Aunque costó encajarnos, al final lo conseguimos. La Padilla continuaba bajo los efectos de la flecha amorosa y no separaba sus labios de no sé qué parte del cuerpo de no sé quién de nosotros. En aquel aparato, todos éramos una masa común.

Allí permanecimos al menos tres horas. Cuando ya no quedaba oxígeno y aquello empezaba a oler a humanidad, Carmela propuso abrir la puerta y arriesgarnos a un disparo del niño alado. Con cuidado, asomó la cabeza y un corrientazo de aire le recordó que la puerta del portal seguía abierta. En el suelo, tres plumas, confirmaban que Cupido se había marchado.

-El pájaro ha abandonado el nido -anunció Carmela y salimos de allí disparados como el corcho de una botella.

La masa compacta de nuestros cuerpos terminó en el suelo. Unos sobre otros. Hubo un silencio que solo rompió la Padilla con un "te quiero amor mío".

-Un señor que pasaba por delante del edificio vio el desaguisado y avisó a una ambulancia. Por suerte no hubo que activar el plan de repoblación inminente porque, en ese momento, Eisi y Brígida regresaban del hospital.

@IrmaCervino