No voy a entrar aquí en las ventajas fiscales, y de todo tipo, que benefician a estos privilegiados de la política territorial, pero no cabe duda de que cuando se aprobó el Estatuto de Autonomía de las Islas, en 1982, finiquitando de paso al anterior pacto provisional de Las Cañadas del Teide, en donde se nombró a título provisional a Alfonso Soriano Benítez de Lugo como el primer presidente de Canarias y se dio comienzo a lo que sería después una prolongación de la constante rivalidad entre las islas capitalinas por ostentar la hegemonía política y financiera, podría decirse, en consecuencia, que esto no es más que la continuidad de las rivalidades encubiertas. Y son sus representantes, curiosamente, los que parecen obviar la relevancia que podríamos tener en los foros nacionales si, finalmente, se lograra un consenso para acudir en grupo compacto a votar sus consecuencias, para lograr así un mejor resquicio por dónde introducir mejoras para nuestro pueblo, distante geográficamente de la piel de toro, y al que no se le presta habitualmente la debida atención cuando plantea ante la mayoría sus justas e igualitarias reivindicaciones. En su lugar, y fruto de este permanente enfrentamiento, lo único que podemos argumentar es la falta de visión para aprovechar un momento de debilidad del partido mayoritario, para plantear las prioridades que deben legislarse para Canarias y los canarios, dada nuestra singularidad y -repito- lejanía. Este es el motivo por el cual nos hallamos a merced de dos negociadores, ideológicamente opuestos, que rivalizan con sus posturas colaboracionistas, la una, o críticas, en el caso del segundo, para más tarde colgarse a título individual la medalla de la eficacia gestora, por un supuesto logro que beneficia a una colectividad que ha vivido desde hace siglos mirando a América, en vez de a la nación en la que fuimos invadidos e integrados por derecho de conquista; buscando como única alternativa el beneficio de la migración.

Y ha sido este pacífico pueblo escarmentado y desatendido, el que ha generado con su propio esfuerzo la economía suficiente para retornar a su patria, y emplear dichos beneficios en la mejora social e índices de vida, capaces de erradicar el caciquismo -el mismo que aún cantaba como una acción de gracias la decisión personal de algún terrateniente de renunciar al derecho de pernada-. Pues, pese a ello, han logrado prosperar a espaldas de algunos grupúsculos que no solo no representan el deseo de la mayoría, sino que han cavado su propia trinchera para vegetar sin más contratiempos, acudiendo, para justificarse como alumnos aplicados a las sesiones del Congreso regional, para ejercer mayor presión tributaria y legislar, supuestamente, mejoras sociales y económicas. De todo ello, el balance de esta discrepancia ha vuelto a instituir el llamado bipartidismo político, para seguir pleiteando en la propia casa y volver a la vieja aspiración por la silla gestatoria, con una pata inclinada hacia la ínsula de conveniencia -que no de convivencia-, mientras que de paso muchos ejercen la cuenta de la vieja para reclamar equilibrio presupuestario, desde el instante en que la suma otorga alguna pequeña ventaja a una u otra provincia. De esta manera, absurdamente infantil, se siguen poniendo en práctica los viejos rencores personales adquiridos, para salir con ventaja en la carrera por la hegemonía como un eslogan entresacado de algún "western" a lo Clint Eastwood, adquiriendo de paso la filosofía del título de la película: "Tú perdonas, yo no".

Resulta evidente, aunque se quiera maquillar de consenso igualitario, que el bicho del rencor sigue habitando en el pensamiento de los que aún guardan la cuenta del revanchismo por las candidaturas no concedidas y no postuladas, para ejercer desde la silla gestatoria el gobierno de las Islas Una herida que aún rezuma el pus del desengaño y que motivó a la creación de un nuevo partido, que en principio llevaba claramente el apellido de la isla redonda, aunque luego, por necesidades de estrategia electoral, se erradicó para quedar solo el nombre de pila. Como quiera que la única opción que aún nos queda es la del consenso entre partidos minoritarios de ámbito regional, seguimos sin entender cómo cada vez que se le plantea a este aspirante frustrado la hipotética unión política para empujar con más fuerza, y más representantes, en los foros nacionales, responda con una tajante negativa, solicitando, eso sí, a cambio el relevo del actual presidente para ocupar su sillón y ejercer sus atribuciones. De no ser así, porque el pleito tiene todas las trazas de ser vitalicio, nuestros solitarios diputados expondrán sus razonadas quejas en los hemiciclos, ante la indiferencia de las mesetarias señorías, que se ausentarán de forma premeditada con el pretexto de miccionar, o para tomarse un cafecito en la cantina del edificio. No nos extraña, por tanto, que en nuestro fuero interno estemos siempre a favor de la debilidad gubernamental, que origina estos breves milagros de pequeños triunfos presupuestarios, aunque luego se desinterese por nuestro estatus de vida, ni le importen las carencias sanitarias, los abusos laborales y el incremento de las cifras de paro laboral.

El próximo día 30 de mayo celebraremos sobre el papel nuestra festividad; efeméride en la que solo me limito a abstenerme en plena ceremonia de la confusión, aunque no dudo que cada representante esté afinando su estrategia de cara a las próximas elecciones, aunque con la premisa de la unión imposible, porque la ambición y el control exhaustivo de las cuentas públicas marcan el límite de la permanente confrontación del vitalicio Rodríguez y el escudero/contador Morales de los caudales otorgados, o minorados a la otra isla capitalina. Porque, al parecer, esa es la única tarea que se asignan para seguir agitando la bandera de la conveniencia. Y así y todo, serán capaces de sonreír con suficiencia el día de autos, disputándose la precaria defensa de los intereses de un pueblo que se debate entre la dejación y el abandono sistemático. Cuenta la historia que nuestros aguerridos defensores, en el colmo de su ingenuidad primitiva, devolvían las mortales flechas de las ballestas enemigas imitando el silbido de su lacerante trayectoria, mientras que los de ahora solo saben emular el sonido del ofidio californiano que se está multiplicando por toda su extensión insular, y que será capaz de hacer ladrar a los perros de la plaza de Santa Ana, sorprendidos por el imprevisto estampido del descorche de alguna botella de espumoso para brindar así mismos por el Día de Canarias.

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