Como dijo hace bien poco el papa Francisco, hace más ruido un árbol que se desploma que todo un bosque creciendo. Y en estos últimos tiempos han sido muchos. Se desplomó la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, acorralada por un vídeo en el que se le veía hurtando unas cremas. Se derrumbó el ex ministro Zaplana detenido por lo de siempre. Cayó la imagen del líder de la izquierda verdadera de este país, Pablo Iglesias, ahogada en una piscina de un chalé de la sierra. Y se abatieron las siglas mismas del PP salpicadas por una sentencia del caso Gürtel en la que se considera poco verosímil la declaración de Rajoy como testigo.

El primer paso a la sombra de este hundimiento lo ha dado Pedro Sánchez, el líder del PSOE, que presentado una fulgurante moción de censura. Haciendo buena esa vieja frase de la economía, que donde algunos ven una crisis otros ven una oportunidad, el líder de los socialistas ha evaluado que la debilidad de Rajoy y del PP abre las puertas a una arriesgada operación política: postularse como candidato alternativo a la decadencia de los populares. El beneficio indirecto es sacar a Ciudadanos de su zona de confort electoral. Tendrán que mojarse apoyando la moción o desentendiéndose de ella.

Pero lo malo del ajedrez político es que el de enfrente también mueve sus piezas. Albert Rivera sabe que debe llegar a unas nuevas elecciones con su virginidad intacta. Lo que hace presumir que no va a inclinarse por nadie que no sea él mismo. Primero le ha pedido a Rajoy unas elecciones anticipadas. Pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. El artículo 115.2 de la Constitución prohíbe la disolución de las Cortes por convocatoria de elecciones mientras esté en trámite una moción de censura. O sea, que va a ser que no. Pero eso es lo que quiere Ciudadanos. Y eso es lo que le pondrá como precio de su voto Albert Rivera a Pedro Sánchez: que un nuevo gobierno se comprometa a convocar urgentemente unas elecciones. O sea, condicionar su apoyo a sus intereses.

Mariano Rajoy debió haberlo visto venir. El desgaste del PP es clamoroso. El gallego debería haber salido de su mutismo anunciando una convocatoria de elecciones anticipadas. Derribar las columnas del templo. Y que muera Sansón con todos los filisteos. Y de propina, Pedro Sánchez. Pero las lapas no se sueltan nunca de las rocas por su propia voluntad. Necesitan que alguien las saque a golpes.

Ciudadanos es un partido demoscópico que no hará nada que no quieran los ciudadanos. Pero los ciudadanos, exceptuando que su equipo gane la liga, lo único que parecen querer es que todos los políticos se vayan a freír puñetas. Rivera está vendiendo la idea del nacionalismo español y el orgullo de España. Es un regenerador que maneja la estética del nacionalismo de Estado. Y es el único al que unas elecciones anticipadas le ponen en casa. El tormentoso camino que ha emprendido el líder de los socialistas españoles está lleno de riesgos porque todo conduce a que sea Rivera el que reciba los frutos de las convulsiones.

El escenario de las próximas semanas va a ser el del cálculo político. Los partidos están más interesados en su propio futuro que en el del país, aunque ambos tengan mucho en común. Puede que haya elecciones municipales, autonómicas y generales en 2019. O puede que se convoquen unas generales anticipadas a uña de caballo. Pero parece que el ciclo político se ha agotado. La operación de censura Pedro Sánchez, que ha olido la sangre, le lleva a un frente común con Podemos y los independentistas catalanes, el único camino viable sin Ciudadanos. Y eso es sentarse sobre un barril de dinamita.

España necesita un cambio. Un impuso. Una nueva consulta para saber lo que quiere la gente. El terreno de la deteriorada democracia española está abonado para el auge de un populismo que ya ha invadido otros países de Europa. Es una constante histórica que cuando España está enferma siempre surge un movimiento regenerador que se presume capaz de sanar milagrosamente al país. Un cirujano de mano de hierro, como decía Costa. Un vendedor de crecepelo. O un general de voz aflautada. Para que eso no pase, es necesario que pase algo distinto. Que hable el pueblo aunque el resultado sea que todo siga igual.

Mariano Rajoy es el único político español que tiene un máster sin falsificar en el manejo de la resistencia. Pero esta vez lo tiene difícil. Huele a elecciones. Unos comicios en los que todos, excepto uno, salen como perdedores.