Los partidos políticos atraviesan por el peor momento de descrédito que se recuerda en la joven historia de la democracia española. En contra de lo que piensan algunos, los escándalos de mayor o menor intensidad que afectan a unos y a otros, al final contribuyen a crear una sola imagen, común para todos, ante la ciudadanía. Una imagen muy mala.

En estos últimos tiempos hemos vivido nuevos episodios de ese virus mortal que afecta a la vida pública de nuestro país. Desde la compra del chalé del líder de Podemos a la detención del exministro Zaplana, hasta el obús de grueso calibre que ha impactado en el PP con la condena del primero de los procesos de la trama Gürtel. Y junto a todo eso, otros casos que siguen ocupando titulares como el juicio de los ERE en Andalucía, nuevos datos sobre financiación irregular de los socialistas en Valencia o el espectáculo lamentable de los independentistas catalanes.

Todo eso, en la batidora de los medios de comunicación, está produciendo una sensación general de bancarrota social y de pérdida de confianza de la ciudadanía en los valores democráticos. Y eso es lo peor que le puede ocurrir a un país que necesita estabilidad y confianza. La respuesta ante los escándalos no puede ser ignorarlos y refugiarse en la tesis de que dejando pasar el tiempo todo se olvida. Porque no es así.

Más de una vez he planteado la pregunta de para qué sirve la política. Y la respuesta es siempre la misma. Para resolver los problemas de los ciudadanos. Para gestionar adecuadamente el dinero de sus impuestos. Y para dar servicios públicos de calidad. Y nada de todo esto tiene que ver con los problemas intestinos de los partidos con sus corruptos y sus escándalos. La política no es lo que le pasa a los partidos políticos, es lo que se hace para que las cosas funcionen.

Hace unos días se aprobaron los presupuestos generales del Estado en donde Canarias ha obtenido dos mil cien millones de euros gracias a la influencia y a la necesidad de los dos votos de los diputados canarios de Coalición y Nueva Canarias en el Congreso de los Diputados. El resto de las formaciones políticas de obediencia centralista nos han acusado de apoyar un Gobierno del PP. Unas críticas que ahora arrecian ante una sentencia que pone al PP en una difícil situación de credibilidad ante su electorado.

¿Se puede criticar que hayamos apoyado unas cuentas públicas que destinan a Canarias el dinero que los canarios necesitan? Yo creo que no. Porque la alternativa -que nadie dice- es que si no se hubieran aprobado los nuevos presupuestos se habrían aplicado los viejos, prorrogando los de 2017, lo que hubiera sido peor para Canarias. La alternativa no eran estos presupuestos frente a otros distintos y mejores, sino estos nuevos frente a otros viejos y menos ventajosos.

Los diputados de los partidos canarios han sido coherentes con la idea de que la política es un trabajo al servicio de los ciudadanos. Si los diputados canarios representan a los ciudadanos de estas islas, lo que han hecho Ani y Pedro es exactamente defender sus intereses. Y lo que han hecho otros diputados canarios, de formaciones centralistas, es votar conforme a una ideología en la que militan, que las impone un sentido del voto en términos de obediencia estatal.

Dentro de poco, cuando nos llamen a las urnas, los ciudadanos de Canarias deberíamos hacer una reflexión utilitaria del sentido de nuestro voto. Cuando tenemos fuerza en Madrid, conseguimos mejorar la vida de las dos millones de personas que residen en esta tierra. Cuando no tenemos esa fuerza libre e independiente, nuestras condiciones de vida empeoran. Es una ecuación tan sencilla como evidente.

Frente a la frustración que nos está dando la política, el único refugio es acudir a lo local. Al voto de proximidad. A empoderar a aquellos que, mejores o peores, sabemos que sólo van a trabajar por nosotros. A votar por Ani o por Fernando, por personas en las que confías y que están demostrando que saben moverse en esta marejada teniendo claro que al timón está Canarias. La democracia en España se basa en la representación de las personas a través de los partidos. El caldo de cultivo que se está creando ofrece la imagen de que todo es un desastre y está plagado de irregularidades que afectan a todos en mayor o menor medida. La respuesta ante esto no puede ser deslegitimar la democracia, sino cambiarla. Apostar por una vida pública que de verdad represente directamente los intereses y el futuro de la gente que vota, que confía su fuerza a otros para que les representen. Y los partidos canarios -y no solo hablo del partido en el que milito- hemos demostrado que estamos al servicio de esta tierra y de su futuro de una manera práctica.

Los grandes partidos políticos necesitan una lección. Un varapalo que les recuerde que sus problemas -quién manda, quién gobierna, quién hace una moción de censura o quién se defiende de ella- no son los problemas que importan a los ciudadanos. Hay que romper la endogamia de los grandes partidos en donde la militancia es una especie de carrera política donde lo que se premia es la obediencia y la disciplina. Y la manera de hacerlo es que nuestros votos vayan a las personas que realmente nos representan. Hacer política es trabajar por los tuyos. Nada más y nada menos que eso.

*Presidente del Cabildo de Tenerife