En una ocasión, y muy acertadamente, mi amiga Mary Cruz Domínguez me dijo que la amistad era la única relación en el mundo que necesita de reciprocidad. Tú puedes estar enamorado de mí, pero yo no de ti y viceversa. Los hermanos son una casualidad en la que un espermatozoide fecunda un óvulo, pero todos sabemos que existen lazos mucho más fuertes que la consanguinidad. Entre padres e hijos las relaciones las hay de todo tipo, pero en ninguna circunstancia tú lo has elegido a ellos, ni ellos te han elegido a ti. Sin embargo, la verdadera amistad reclama una entrega de ida y vuelta sin la cual más que amigos, nos podemos encontrar con trepas malnacidos o conocidos del buen rollete; pero nada más. Y estos son capaces de adorarte públicamente hoy para acribillarte mañana, bien porque estés abajo o porque en su miserable existencia mononeuronal, donde lo que abunda es su ego, necesite más.

Pero ¿qué hace a los amigos de verdad? Quizás el roce, ese que nos cuentan que hace el cariño, quizás la complicidad, la inteligencia, el saber ceder, el tiempo? Puede ser, pero yo creo que hay más. Lo realmente básico es la lealtad. Un amigo no se va, un amigo no traiciona, un amigo no duda. Un amigo no te deja en la estacada por un negocio ni te engaña. Tiene tus mismos férreos principios, tu misma escala de valores que no tiene nada que ver con cualquier ideología del tres al cuarto. Un amigo reconforta, sosiega, llama, se preocupa, está siempre. Respeta, no juzga y siempre da la cara. Y el resto no son amigos, son otra cosa muy distinta: quizás hasta gentuza. Por eso, si tienes aunque solo sea un amigo, cuídalo.

@JC_Alberto