A Adolfo Suárez, el primer presidente de la democracia española, lo echaron a punta de tricornio y ruido de sables. Después de él, a todos los demás les pidieron educadamente que se mandaran a mudar. Calvo Sotelo fue Pipino el Breve y duró lo que un caramelo a la puerta de un colegio. A Felipe González le tostaron mañana, tarde y noche, con el terrorismo de Estado, y el "váyase señor González". Aznar decidió marcharse él mismo, pero el terrible atentado del 11M le hundió en la impopularidad. A Zapatero, el de la conjunción planetaria, se lo cargó la crisis económica que nunca se olió. En general, las urnas se encargaron de los cambios de ciclo político en este país. Ha sido Mariano Rajoy el primer presidente en inaugurar el área de defenestraciones por censura en las Cortes españolas.

Albert Rivera definió el nuevo Gobierno como "el partido de los ERE que se ha puesto de acuerdo con el partido del tres por ciento para echar al partido de la Gürtel. Tiene mucha mala leche. Pero es que Rivera está como loco porque se convoquen unas elecciones que nadie, excepto él y Rafa Nadal, quiere en estos momentos.

Pedro Sánchez va a hacer un Gobierno en minoría asediado por los conservadores, por Ciudadanos, por los nacionalistas moderados y los independentistas catalanes, la izquierda verdadera y la soberanista. Es decir por todo el mundo. Si es inédito que haya salido un presidente por una censura, más inédito es que llegue otro al que, nada más poner el culo en la Moncloa, le estén advirtiendo que va a estar más solo que la una.

¿Y por qué le apoyaron entonces? Los vascos del PNV, entre otras razones, le dieron la puñalada a Rajoy porque cogobiernan con los socialistas en Euskadi y porque no estaban por "quemarse" electoralmente apoyando otra vez al PP. Pero sobre todo porque el ala dura del PNV prefiere un Gobierno más dialogante (ellos pensarán que más débil) con el soberanismo.

Aunque al PP le haya venido encima la estupefacción de perder el Gobierno, desde un punto de vista puramente político se le abren nuevas oportunidades. En la oposición, con mayoría absoluta en el Senado, los populares van a recuperar un discurso que les beneficia electoralmente con Ciudadanos.

La maldad política en la que están ahora es enmendar parcialmente los presupuestos generales del Estado. Roto el pacto con el PNV, pueden cambiar sus propios presupuestos destinando a "partidas sociales" los 540 millones que iban al País Vasco. Eso tendrá que ir al Congreso donde se va a escenificar la de Troya porque dudosamente se volverá a unir el mismo bloque de votos que sirvió para echar a Rajoy. Va a ser el primer jaleo, pero no el último palo en las ruedas. Si gobernar en minoría fue un calvario negociador para los populares, para Pedro Sánchez va a ser una parrilla presupuestaria que ahora mismo está calentando la plancha.