Graves momentos de España. Los momentos graves no son necesariamente momentos malditos. Por ejemplo, la muerte de Franco supuso un momento grave para España: pesado, difícil. Había que ordenar los papeles metafóricos de la sucesión, pues aquello que el Caudillo dejó atado en realidad era un desbarajuste. La Transición, denostada por desavisados políticos egocéntricos, o tempoegocéntricos (los que creen que su tiempo inaugura todos los tiempos), fue un instrumento de gran valor para sustituir el vacío que se creó entre una época, la franquista, y la época democrática tras la muerte de Franco, aunque no la del franquismo, que por ahí sigue.

Y lo que ocurre ahora es como una transición. La democracia ha tenido muchos valores, de todo tipo, entre ellos la institución constitucional del respeto entre los que opinan distinto pero no sólo tienen derecho a discrepar sino que deberían estar obligados a ello desde la escuela de infancia.

Esta nueva transición obliga, naturalmente, a políticos jóvenes a ponerse a la tarea de resolver de la mejor manera posible los problemas de su tiempo. En primer lugar, no culpando a otros de lo que les pasa. Ha sido frecuente, en esta última década, que los llamados nuevos políticos acusen a las generaciones anteriores de dejar un país inutilizado para la convivencia. Puede ser. Pero ahora son ellos los que, desprovistos de las peligrosas armas del tópico, deben afrontar este tiempo limpiando lo que haya de sucio de la época anterior.

Y lo peor de la época anterior no ha sido la Constitución, aunque es evidente que ha de reformarse cuanto antes para resolver encajes que ahora parecen chirriar; no ha sido la Constitución, ha sido la corrupción, protagonizada en distintos niveles por los dos partidos que han sido los titulares sucesivos de los gobiernos que ha tenido la Nación. El último episodio más sonado de corrupción ha sido protagonizado por el Partido Popular, cuyo Gobierno ha terminado disparado a la lucha interna porque ha sido despojado del poder, que era la venda que ocultaba todas sus heridas. Sin poder, el PP ya es otra historia, que ahora nace entre trifulcas que podrían ir en aumento si a Rajoy no le sucede alguien capaz de juntar a un grupo gritón y en bancarrota.

Esa situación del PP y por ende del Gobierno es la que ha generado una moción de censura que a su vez ha ayudado a conformar un Gobierno sorprendente: el del socialista Pedro Sánchez. Tal como lo ha compuesto, con más mujeres que hombres, recurriendo incluso a personas que no son del partido o que parece que son afectos a partidos alejados del socialismo, este nuevo Gobierno socialista no se parece a ninguno anterior, ni de ese partido ni de ninguno, y ha sido también el asombro del mundo.

El resultado de estas novedades ha creado en España (y fuera de España) la sensación de que estamos en otra transición, que cae en manos de generaciones nuevas que son las que han de convertir el debate existente, entre territorios, entre ideologías, entre distintas concepciones de la vida, en una base de convivencia que haga que España deje de ser un patio repleto de insultos y enfrentamientos y pase a ser un país cuyo carácter civilizado no esté solo en los papeles.

A esto, a lo que se le viene encima a la sociedad española de hoy, si se cumplen las ilusiones o las expectativas, se le podría llamar "revolución tranquila". A la Transición propiamente dicha le cayó la preexistente plaga terrorista. El terror etarra ya no está entre nosotros. ¿Vamos los españoles a dejar fuera de juego esta oportunidad de mirar juntos un porvenir que de pronto parece entusiasmar no sólo a los que han llegado al poder sino a aquellos que no tienen ni carnet ni otra ambición que la de vivir mejor en un país que no está nada mal?