Temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. Miguel Hernández regresa desde las sombras, como invitado a la cena de culebras del Tenorio, para escribir el mejor prólogo del breve Gobierno de Pedro Sánchez.

Apenas abiertos los ojos a los rosáceos dedos de la aurora de su mandato, a los socialistas les empiezan a llover los crudos puñales de la demagogia. Son los mismos que la "izquierda verdadera" de Pablo Manuel le dedicaba en la factoría de las redes sociales a la casposa derecha y que la derecha contestaba con veneno. Esas redes convertidas en el vertedero de todos los insultos, las alcantarillas de una política basada en la frase más ocurrente sobre los chalés con piscina o los escándalos judiciales.

La primera medida de impacto del Gobierno de ministras y un astronauta de Sánchez ha sido levantar la intervención previa de Hacienda de los pagos y gastos de la Generalitat. Les ha aflojado la correa que les apretaba el gaznate desde septiembre de 2017, cuando Montoro, antes de disparar el 155, les mandó el primer e inútil cañonazo de aviso. En el PP y Ciudadanos han tardado un segundo en acusar a Sánchez de empezar a pagar el primer plazo del voto independentista que le sirvió para echar a Mariano Rajoy.

Si este Gobierno quiere que pasen cosas distintas con Cataluña tendrá que hacer algo diferente a lo que se ha hecho hasta ahora. Pero ese camino se enfrenta a dos poderosos adversarios: la sospecha de que todo lo que conceda Sánchez es un pago infame por su presidencia y la certeza de que a los independentistas no hay nada que les conforme que no sea la ruptura con el Estado. No es lo que se llama un camino de rosas.

En realidad, la intervención de la autonomía prevista en el artículo 155 de la Constitución decaía con la celebración de elecciones y la constitución de un Gobierno legítimo en Cataluña. No ha pasado nada que no estuviera previsto. Pero que la verdad no nos estropee un buen titular. Los medios hostiles aprovechan la primera concesión a los independentistas para presentarlo como el primer pago de la hipoteca de la Moncloa. Y los más alineados con la izquierda se lanzan a la tarea, siempre menos agradecida, de defender al Gobierno. Ese va a ser el amargo escenario que se va a repetir a partir de ahora una y otra vez.

Los ciclos de la vida se aceleran en esta democracia exasperada que vivimos en España. Estamos muy lejos de la maduración silenciosa y calmada de un vino en la oscuridad de una cava. Esto es más bien tropical y ruidoso. La nueva política adquiere los hábitos de la vieja en menos de dos años. Los nuevos gobiernos envejecen en apenas unos meses. Ya no hay cien días de gracia para un Gobierno socialista que ha celebrado su primer Consejo de Ministras -y seis mocos pegados- a uña de caballo. Porque hay poco tiempo y mucha prisa.

Prácticamente nadie considera posible que este Gobierno aguante los dos años que quedan de legislatura. Y esa es la palabra mágica: "aguantar". Eso es exactamente lo que va a tener que hacer el minoritario Gobierno socialista, cercado por el enemigo y los problemas. Aguantar hasta convocar elecciones anticipadas cuando ya no quede nada que ganar.

Cuando Sánchez no pueda seguir el ritmo de las cesiones que le pida el tiburón soberanista, para el que las cesiones de imagen de las primeras "conversaciones bilaterales" sólo serán un aperitivo para abrir el apetito político... Cuando Sánchez compruebe que tienen que cumplir con el objetivo de déficit marcado por nuestros acreedores en Bruselas y que eso impedirá aumentar las políticas sociales si no es a cambio de sacar el dinero de otro lado... Cuando Sánchez descubra que el sistema de pensiones tiene un agujero anual de quince mil millones y que es imposible mantenerlo y más si se aumentan las prestaciones... Cuando Sánchez gaste las balas de imagen de la derogación de la "ley mordaza" y de una parte de la reforma laboral, las únicas iniciativas progresistas que no le van a costar dinero... Cuando pase todo eso tendrá la certeza de que lo mejor que podrá hacer es llamar a los ciudadanos a las urnas.

Tendrá que ser cuando el PSOE haya mejorado su imagen frente a Podemos. Cuando la gente le vea como una alternativa seria de Gobierno. Pero antes de que su imagen se queme con los colectivos sociales a los que no va a poder responder y con los conflictos políticos que no va a poder solucionar. Como en un aspirante a Masterchef, Pedro Sánchez tendrá que saber cocinarse hasta el punto justo en el horno que acaba de encenderse bajo su trasero.