No me refiero al aumento de los decibelios que comprometen la salud del oído y del equilibrio emocional, ni el de los aeropuertos en esas idas y venidas de pasajeros que da la sensación que no van a ninguna parte, ni tampoco el que produce un trueno o el motor de un coche sin escape; me refiero a los sermones mitineros, a los pronunciamientos políticos preelectorales que se enganchan de manera descarada a propuestas electorales desaforadas, aumentadas de tono y sacadas de la manga como cualquier mago de circo que, aunque se manifiesten con un énfasis estridente, no dicen nada, ausentes de veracidad, convirtiéndose simplemente en eso: en ruido.

Se inicia, y con más entonación, la época del ruido, se hace difícil poner el oído o la vista en los canales de trasmisión de ciertos dimes y diretes que dejan a uno embobado, estupefacto ante la idiotez y la memez de los que creyéndose los reyes del mambo no cesan en pronunciarse lo que les venga en gana, sin tener en cuenta que los ciudadanos ya son mayorcitos y que hace algún tiempo que han dejado de chuparse el dedo.

Personajillos sacados del anonimato son los que pretenden meternos en cintura y que doblemos ante ellos la cerviz o andemos genuflexos; y es que se creen los mejores, de ahí que ya comiencen a sacar pecho, a decir tonterías, con el afán de confundir, sin darse cuenta -o dándose- de que están inmersos en un mar de confusiones que ellos mismos han fabricado con las espuertas de su estulticia, y que de seguir así, lo que lograrán será ahogarse en sus mismas aguas, cuando no en sus mismas miserias.

Y en este marasmo de ruido agotador aparecerá el silencio, la displicencia y a su alrededor revoloteará la lechuza de Minerva que le dirá al oído, de manera casi imperceptible, que las equivocaciones se pagan, que las sacadas de pecho no han impresionado, que los improperios cuentan y que los salva patrias se usan solo en países sometidos a férreas dictaduras, pero que fuera de ese ámbito lo que estimulan es la risa y son motivo de cachondeo.

El susurro de la lechuza quedará ahí y, levantando el vuelo con sus alas majestuosas, dibujará en el horizonte una estela estimulante para un pueblo que pretende hacerse así mismo y que el extraño, el espurio quiso violentar, desvirtuar y lo hizo de manera violenta, estentórea, atrapado en un sonido altisonante, sin apenas decir nada y embutido en su propio ruido.

Estamos en precalentamientos electorales, se desplegarán proclamas que dirán lo bien que tendremos a la sociedad, que por fin sale de este encandilamiento producido por los ruidos pensando que con ellos nace el ensordecimiento y que aislando el oído todo será bueno y todo será aplaudido.

Pero no piensan que muchas veces son más los silencios que los ruidos y que desde el silencio se ha producido un mejor diseño para el futuro de los pueblos.