Esta semana, al salir de la puerta de mi garaje, pude contemplar el rostro de los inicios del verano en la piscina de Bajamar reservada a los menudos; que, por cierto, por la blancura de sus pieles presentaban todas las características del largo ayuno invernal. Un aspecto del que sus madres, también níveas de epidermis, hacían gala bajo sus nuevos bikinis y prendas de baño de última promoción. Armadas las más prudentes de la crema solar factor 50, y aferradas al inevitable móvil, con un ojo en sus cachorros y otro en los whatsapp de banalidades, las féminas querrán también ligar bronce para presentar el marchamo veraniego de quien se precia de disfrutarlo, a despecho de los que no pueden hacerlo por cuestiones económicas o de otra índole. Todo ello, digamos, en la faceta inaugural del verano de 2018, tal vez para olvidar el machaqueo progresivo de los impuestos, que se visten de domingo para desplumar a los contribuyentes, mientras la publicidad para detraer las últimas migajas de los ahorros personales intenta imponerse con una serie de ofertas que suenan claramente a falacias, orquestadas por mentes que son émulos de Goebels, soltando cuatro frescas para manipular el ansia del consumidor, al que previamente se ha acollonado con los ejemplos de sanciones por impagos contributivos. Los mismos que han causado la merma de un ministro del Gobierno de Sánchez, mientras en una tumba el espectro de la Faraona española se revolvía pidiendo a gritos un óbolo a cada español para paliar su deuda con el Fisco.

Pero no acaba aquí mi comentario sobre la publicidad presuntamente engañosa. Aprovechando que el país se encuentra empachado de partidos de fútbol emitidos a diario por televisión, los aficionados tendrán que retomar las dietas milagro al término de la contienda, porque, no lo olvidemos, para un forofo del balompié el espectáculo visual conforma un pretexto para sentarse delante del sofá rodeado de refrescos y bebidas espirituosas, amén de ingredientes para ejercitar las muelas de forma mecánica -que es la peor forma de ingerir alimentos sin control-, mientras se preparan para saltar o injuriar ante un gol favorable o una falta discutible del puñetero árbitro. Y en el ínterin de la pausa, los bombardearán con los vehículos recién salidos de fábrica, capaces de las mayores hazañas con su falsa tracción a las cuatro ruedas, que son únicamente un reclamo de un chasis algo más elevado con el aditamento de alguna expresión en inglés como "cross over" o "stepway" que ni por asomo se puede considerar como un todoterreno integral. Incluso, si me apuran, mi consejo es que no pidan extras en la concepción del modelo, porque de inmediato la maquinita del vendedor empezará a soltar chispas incrementando el coste de la oferta, con una serie de subterfugios como el pago complementario de los accesorios, la pintura metalizada y hasta la rueda de repuesto obligatoria. En su lugar, y en plena guerra competencial, nos ofrecerá los cantos de sirena de un seguro gratis por un año, y un descuento por el fotingo que estamos utilizando aún, más la faceta más crucial que supone el tanto por ciento de entrada en metálico, que muchas veces supone el 33% del valor del vehículo anhelado, seguido de un leonino interés ofertado por la financiera de turno, desglosado en cuotas mensuales con cargo a la agujerada cuenta corriente.

Resumiendo, ni los vehículos ofertados son veraces, sin un órgano que los sancione, ni los complementos de las recientes rebajas tampoco lo son, porque sólo ofrecen objetos o artículos a precio de saldo, de dudoso origen, confeccionados generalmente en países tercermundistas, con trabajadores explotados al máximo y pagados con salarios de miseria, que sólo se limitan a fijar el logotipo de una marca para alimentar el ego del comprador, con una prenda u objeto de inferior calidad y con señales evidentes de falsificación.

En este mundo consumista, vivimos nuestra realidad virtual totalmente ajena a lo que calificamos como "tiempo real"; por ello no nos deberá extrañar cuando el espacio publicitario irrumpe en nuestras mentes de forma acaparadora, para hacernos recordar que nuestro poder adquisitivo no se ha incrementado por la paga extraordinaria, sino que no nos dará tregua para seguir gastando por encima de nuestras posibilidades ante la presunta falacia publicitaria.

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