Hollywood ha estereotipado el carácter de las negras de un dominante supino. Bueno, de algunas negras. Las que residen en los guetos han sido definidas cinematográficamente como auténticas bestias, capaces de dominar a los que denominan "su hombre". Da igual que sean jugadores de fútbol americano, boxeadores, narcos o vagos del copón, siempre hay una esposa negra capaz de echarle una bronca a su marido ante la que al pobre desgraciado no le quede otra opción que sucumbir ante los deseos de la susodicha, y correr a abrir la puerta, salir pitando a recoger al chiquillo o ir a hacer la compra. Eso es nervio, sí señor, eso son bemoles. La mujer blanca de las afueras de las grandes ciudades sigue siendo dibujada por el cine estadounidense como más pusilánime que la de color: sosa, educada e indecisa al poner firme al marido.

Y esto viene a cuento de que aquí mismo y en plena calle, una mujer iba maltratando a su marido a grito pelado y con algún cogotazo (según relatan). La doña no le daba tregua al gañán, que acongojado llegó a entrar en el zaguán del hogar ante el tumulto callejero que se formó para recriminar a la maruja maltratadora a la par que se la abucheaba. La vieja debía meter miedo porque nadie medió más allá del grito. Una vez dentro de la casa conyugal, los alaridos de la fémina blanca eran bufidos que se oían en plena calle. Tanto fue así que la Guardia Civil le dio la alerta a la doña, que endiablada no les hizo ni caso. Finalmente, la Benemérita tuvo que trepar un muro de dos metros ante el temor de que el pobre y achantado macho pudiera ser víctima de males mayores. Allí se plantó la Guardia Civil y estableció el orden pertinente. ¡Qué gente, qué cosas, qué doñas que actúan como esas negras endemoniadas!

@JC_Alberto