La cumbre de la UE, celebrada esta semana, ha acabado, pese a las declaraciones de sus líderes, en otro fracaso. No han triunfado la solidaridad ni los valores democráticos, sino las soluciones individuales y el sálvese quien pueda para rechazar a los que llegan a las puertas de Europa huyendo de las guerras o el hambre. No se aumentarán los cupos, no se obligará a los reaccionarios gobiernos del este a aceptar, ni siquiera en un número reducido, a los migrantes que colapsan en pésimas condiciones las islas griegas, el sur de Italia o los centros de acogida españoles. A los primeros ministros de los países mediterráneos se les ha otorgado el "honor" de negociar con los países de origen, en nombre de la UE, para que frenen a las salidas. Tsipras, Salvini (Conte no pinta nada) y Pedro Sánchez llevarán en la maleta un total de quinientos millones de euros con los que se pretende solucionar el hambre y las guerras del continente africano. La única que ha salido bien parada, incluso en términos personales, de esta cumbre vergonzosa, ha sido Ángela Merkel. Ha conseguido superar la grave crisis de su gabinete al aceptar Pedro Sánchez que los refugiados que Austria no quiere y los socios de Merkel tampoco se vengan para España. La solución de crear campos de clasificación entre los que huyen de las guerras y los que huyen del hambre parece otra idea peregrina en la medida en que ningún país europeo los quiere en su suelo. Túnez y Marruecos se han precipitado a decir que ellos tampoco. Y Libia es un centro de torturas, un Estado fallido donde grupos islamistas convierten en esclavos a los que consiguen superar la azarosa travesía del desierto del Sahara. Mateo Salvini, despreciando los relatos de los que huyen de Libia, ha viajado al país norteafricano para negociar, a cambio de dinero, un endurecimiento de la vigilancia de las costas, cuya primera consecuencia ha sido el hundimiento de una patera con más de cien personas ahogadas, entre ellos tres bebés. La guardia costera no avisó a los barcos de las ONG para que acudieran a socorrerles. Podemos pretendía obligar al Ejecutivo de Sánchez a desmontar los Centros de Internamiento de Inmigrantes y resulta que el presidente ha vuelto de la cumbre con el encargo de crear centros más grandes incluso. Marlaska y Borrell tampoco han traído de Marruecos ofertas concretas para frenar el éxodo de cientos de lanchas neumáticas que cruzan estos días el estrecho. Y las vibrantes ofertas de acogida de la alcaldesa Ada Colau, como siempre, se quedan en agua de borrajas. Con lo fácil que sería enviar unos autobuses a Conill de la Frontera y llevar a Barcelona a los rescatados del mar que hoy saturan los polideportivos andaluces. En la Unión Europea y aquí mismo, en casa, todo se reduce a palabras, palabras, palabras... Pero ellos, los migrantes, van a seguir llegando.