"Los jueces, las leyes, la política, los gobernantes, el hambre, la guerra, las urnas... ELLOS. Pero ¿dónde está el YO en todo esto? ¿Cómo educo? ¿Qué ejemplo soy? ¿Qué digo? No la "magistra" sino la "mater". A mis hijos, a los hijos de mis amigos, a los hijos de quienes se cruzan conmigo por la calle, en el mercado, en el tranvía. A los que un día elegirán a quien gobierna, a quien legisla, a quien decide ¿qué mensaje les envío yo con mi ejemplo, mi palabra o mi silencio?" La reflexión que con el título "Jaulas y Manadas" hacía esta semana la amiga Gloria Acosta desde el "mirador" del tranvía.

El humano se caracteriza porque aprende del grupo mediante imitación o rechazo de la conducta que considere aceptable o ajena a su concepto de mundo. Decía Montaigne en uno de sus Ensayos: "Qué cosa tan maravillosa es el hombre". En efecto, nuestra capacidad de fascinar proviene de nuestra cualidad de ser impredecibles. No es la vida la que enganche porque sorprenda, atrapa porque uno quiere ver cómo lo sorprenden sus semejantes, sea en el sentido que sea. Tras múltiples lecturas y conferencias tediosas, la filosofía que más aprecio es la más popular, la que nace de cada vecino que te encuentras en la acera.

A propósito de lo dicho, me viene a la cabeza la fábula aquella en la que un gorrión le pregunta a una paloma:

-Dime, ¿cuánto pesa un copo de nieve?

-Nada de nada, le contestó.

-Entonces, si es así debo contarte una historia, dijo el gorrión: Estaba yo posado en la rama de un abeto, cerca de su tronco, cuando empezó a nevar. No era una fuerte nevada. Nevaba como si fuera un sueño, sin nada de violencia. Y como yo no tenía nada mejor que hacer, me puse a contar los copos de nieve que se iban asentando sobre los tallitos de la rama en la que yo estaba. Los copos fueron exactamente 3.741.952. Al caer el siguiente copo de nieve sobre la rama que, como tú dices, pesaba nada de nada, la rama se quebró.

Dicho esto, el gorrión se alejó volando. Y la paloma quedó cavilando sobre lo que el gorrión le contara y al final se dijo: "Tal vez esté faltando la voz de una sola persona más para que la solidaridad se abra camino en el mundo".

Hay muchas personas que piensan que lo que ellas hacen tiene escasa importancia, que nada se va a modificar por su esfuerzo, por su generosidad o por su lealtad. Y, de hecho, puede ser así. Eso sucedió en la historia, aparentemente, con los 3.741.053 copos anteriores al copo decisivo. Pero, lo cierto es que, sin los anteriores, ese copo que rompió al fin la rama no hubiera visto cómo se tronchaba bajo el peso de la nieve. Todos los copos son igualmente necesarios para que suceda la fractura, aunque sólo uno parece determinante.

"Total, ¿qué importa que yo diga, que yo haga, que yo proteste, que yo colabore?? En nada se notará. Nada importará". Lo dice el alumno que no quiere reclamar una nota. El obrero que no se atreve a pedir un aumento de sueldo. El ciudadano que considera inútil una protesta ante una injusticia, o la persona que piensa que no se notará su ausencia en una manifestación? El copo de nieve número 3.741.054 fue decisivo porque lo habían sido todos los anteriores. Cada uno de ellos.

Imaginemos que todo el mundo piensa que su contribución, por ser pequeña, no es necesaria. Nadie haría nada. ¿Se conseguiría algún cambio, algún progreso, algún avance? No. El mundo mejora a través de pequeñas acciones anónimas, de los minúsculos gestos de las personas.

La prisa, la impaciencia, la desconfianza, el pesimismo o el fatalismo frenan la acción de muchas personas que esperan que las transformaciones sean inmediatas y radicales. No siempre se ve, pero siempre sucede la mejora. Ningún hecho generoso se pierde, ninguno es estéril en esa larga lucha por la dignidad que ha emprendido el ser humano a lo largo de la historia. Por eso me parece tan certera aquella propuesta vital: "Por mí que no quede". Es decir, que no dejará de caer el pequeño copo de nieve de mi aportación.

Se dice que "nadie es imprescindible". Prefiero pensar que "todos somos necesarios".

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es