Llegan los meses de julio y agosto, y con ellos la presencia de la isla en mi acontecer interno aflora con fuerza, agrandando el espacio destinado para el recuerdo y tal vez para la nostalgia. Bien es verdad que cuando avanzas en años todas las vivencias anteriores, las de la infancia y primeros años de juventud que permanecen depositados en la memoria cobran mas vigencia que todo aquello que nos puede deparar el futuro. Es como si el pasado se alargara y el futuro se acortara.

Desfilan ante ese escenario de la memoria los personajes, aquellos que formaron parte de cada uno y que de alguna u otra manera influenciaron a que iniciáramos caminos que no teníamos diseñados, pero que comenzaron a hacerlo con la candidez de los años y con la fuerza de los mismos.

Así como regresan paisajes que se mantienen impertérritos a lo largo del tiempo, que no han cambiado y que permanecen como testigos de los caminos andados por cada uno y de sentirnos identificados con ellos cuando la soledad se esparcía y nos abrigaba del frío que pudiéramos tener por esperanzas frustradas o posiblemente irrealizables.

Y cuando tienes a la isla cerca del recuerdo y este rompe las ataduras del ayer, reaparece el protagonismo de la tierra donde nacieron las sensaciones de lo nuevo, que encandilan favoreciendo la presencia, una vez más, de nuestros queridos personajes, hoy vivos retratos en sus descendientes de los que fueron compañeros del alma y compañeros de soledades y de jolgorios.

Y cuando esperas que la isla te regale los nuevos impactos que funcionan como reflejo de los que has dejado en el viejo tiempo, es como si se volviera a nacer, como si al mirar hacia atrás te impulse a sentir que la vida sigue, que poco se ha modificado, porque aquellos que se nos han ido siguen ahí con idénticas sensaciones y conversaciones identificadoras en otras personas, como si estos fueran pura copia y muestra de los que juntos iniciamos aventuras de todo tipo.

Por eso, El Hierro, la isla toda, sacude mis viejas modorras, mis conocimientos de una isla que nunca llegamos a imaginar, ya que a medida que más sabias de ella se hacia infinita, inconmensurable, poseía de todo lo que en aquellos momentos nos cautivaba y deseábamos tener, que simplemente era una vivencia sencilla, singular donde la imaginación volaba y se perdía por encima del malecón del puerto de La Estaca o por el imaginario aeropuerto, situado al fin, en el "Cangrejo".

Por eso, El Hierro, para mi, tiene su espacio privilegiado en julio y agosto. Ello contribuye a que uno se aleje intelectualmente de las controversias y escaramuzas políticas de rancio estilo y ponga emboscado al recuerdo, para que desde ahí, al menos, sacuda las ideas para que el viento de los años pasados se anteponga trayéndonos la mejor y más sentida realidad.