Define el diccionario "barriada" como ''barrio de una población, en especial el que está en la periferia'', y eso es lo que era el de La Victoria allá por los años cincuenta del pasado siglo. Ir hasta allí en aquella época era una especie de aventura que se iniciaba -para mí- abordando una guagua enfrente del Ayuntamiento capitalino, que tras cruzar el puente de Galcerán se adentraba en una especie de paisaje desolado, anexo a la Refinería, en el que se levantaba el complejo de viviendas mencionado, habitado en aquel momento por gente modesta que accedía tras la Guerra Civil a su primera residencia.

Lo que más me sorprende, viviendo como vivimos esa especie de vorágine que pretende cambiar de denominación todo lo relacionado con el conflicto bélico mencionado, es que los partidos políticos reivindicativos con la llamada memoria histórica no hayan planteado cambiarle el nombre. Ya están olvidadas las calles General Sanjurjo, General Goded, General Mola, ahora le toca el turno al llamado monumento a Franco, pero la ''barriada de la Victoria'' -políticamente incorrecta su denominación si uno sigue las directrices al uso- continúa su andadura.

Por cuestiones de trabajo visité París con cierta frecuencia. En los ratos libres la pateé día tras día y pude conocer la mayoría de sus monumentos turísticos. Llegó un momento, sin embargo, en que tanta monumentalidad -valga la redundancia- me resultó hasta cierto punto agobiante. Un día, sin tener nada previsto, se me ocurrió preguntar al recepcionista del hotel si me recomendaba algún lugar poco visitado por los turistas. Me recomendó entonces la place de Vosges, situada en la zona de Le Marais, cerca de la cual vivió Victor Hugo, consejo que he grabado a fuego en mi mente pues a partir de ese momento, cuando he vuelto a la ciudad, siempre he buscado un rato para visitarla. ¿Por qué? Pues? no sabría decirlo. Lo mío es la prosa, no la poesía, y hace falta ser poeta para poder trasmitir el encanto que la plaza posee.

Pero yo no quería escribir este artículo para ponderar la place de Vosges parisina, sino la barriada de La Victoria chicharrera, pero al iniciarlo me pareció oportuno compararlas -salvando, por supuesto, las distancias-, pues las plazoletas Churruca, Gravina y, sobre todo, Alcalá Galiano, provocan en el espectador, el paseante, el mismo efecto balsámico. Sus jardines, cuidadísimos, hicieron que le preguntara a una residente si eran los vecinos quienes los cuidaban. Para sorpresa mía me respondió diciéndome que era ¡¡¡el servicio municipal de parques y jardines!!! el que llevaba a cabo esa misión, por lo que desde aquí les envío mi felicitación más sincera.

En las plazoletas que he citado es necesario mencionar su limpieza, el cuidado mobiliario urbano, el verdor de sus especies arbóreas y? el silencio que las rodea a pesar de las vías de intensa circulación que por allí discurren. En cuanto a la Alcalá Galiano, lo primero que a uno le llama la atención al entrar en su recinto son los motivos canarios que la adornan. El clásico bernegal, típicos carros con macetas floridas, una fuente (¡¡¡que funciona!!!), grandes tinajas, el brocal de un pozo y otros muchos elementos recuerdan y rinden tributo a nuestro pasado no tan lejano. Una placa recuerda a don Antonio Rivero, jardinero que cuidó el lugar con esmero hasta 1991, el mismo que han seguido sus sucesores.

No puedo terminar sin mencionar algo que resulta evidente. Hay muchos barrios de Santa Cruz que disponen de plazas en su entorno, pero por desgracia no están tan bien cuidadas como las de La Victoria? y esto creo que se debe a sus vecinos. Chapó, pues, por ellos. Así se hace ciudad.