En la suma de despropósitos que precedieron a la fallida participación española en el Mundial de Rusia las faltas iniciales se repartieron entre Florentino Pérez, que, sin hacer nada nuevo en el ámbito del fútbol, contrató en un momento inoportuno a Julen Lopetegui, y este que aceptó -como muchos lo hicieron antes que él y lo harán después- la oportunidad soñada de entrenar al Real Madrid. De modo sideral, el sucesor del ínclito Villar se ganó la palma porque, en su debut de masas, demostró cómo se superan en poco tiempo las torpezas del destituido capo de la Real Federación Española.

Ni Pérez ni Lopetegui volvieron a hablar del asunto; así que la responsabilidad máxima hay que visualizarla en el lenguaraz y chulesco tuercebotas que buscó la fama en el sindicato futbolero (AFE) y, luego, en su ascensión a la Presidencia de la FEF, primero como adulón y delfín de Villar y, a su caída, como fustigador airado del viejo protector y amigo.

Tantas fallas como escapismos y, en la estrategia del calamar, mucha tinta para encubrir la caca de quien despidió por un hecho que conocía, y aplaudió, al técnico que rescató al equipo patrio de los agujeros del Mundial de Brasil y la Eurocopa de Francia; la insistencia de Luis Rubiales en justificar su error e invocar valores suena a coña y ha desatado un alud de críticas y de peticiones de dimisión.

En la lista de culpables podemos anotar a Hierro en el capítulo de veniales porque, sin capacidad para el empeño, aceptó, comió y no digirió el marrón; a los jugadores, que, tras el marasmo provocado por el error del mendaz presidente, no respondieron a las expectativas de los aficionados; y, por último, a estos, que depositaron las ilusiones en quienes no las merecían.

Pero, y volvemos con el cántaro a la fuente, en la cresta del esperpento está un indocumentado de libro, un megalómano peligroso, aunque barato, que deja chico en ignorancia y osadía al trincón de Bilbao, ahora investigado por una docena de delitos económicos. Rubiales se ocupa, tras el naufragio, de distraer con los nombres de posibles sucesores, para mantener el machito que tanto le costó, la cabeza de una institución sin apenas controles públicos y utilizada en beneficio propio, ayer saqueada y hoy, en un cambio de tercio, en las más torpes y peores manos posibles.